A la adopción internacional se le han atribuido tradicionalmente innumerables virtudes, todo por unas representaciones ingenuas del tema.
“A ustedes les secuestraron”
PIERRICK NAUD. – Sin título, de la serie “Las desapariciones", 2008 |
Según Sébastien Roux, investigador del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia (CNRS), se cruzaron más factores en la explosión del fenómeno: “La revolución de los transportes, el fin de los imperios coloniales, la ausencia de políticas sociales y sanitarias eficaces en muchos países del Sur”. Esta práctica se extendió por toda Europa, especialmente en Suecia, que ostenta la tasa de adopciones per cápita más alta del mundo (1).
Desde la década de 1960, se han adoptado allí unos 60.000 niños extranjeros, procedentes principalmente de Corea del Sur, la India y Colombia.
Francia, por su parte, se ha convertido en el segundo país receptor, en cuanto a número de niños adoptados, después de Estados Unidos. El pico se alcanzó en 2005, con 4136 visados “de adopción” expedidos por el Ministerio de Asuntos Exteriores francés, frente a los 935 de 1980.
Se presionaba a madres sin recursos que buscaban una ayuda económica o una guardería, o a madres solteras. Pero a veces también podía tratarse de niños que andaban solos por la calle, como fue el caso de dos hermanos detenidos por los carabineros por vagabundeo: no se contactó con el padre, que los tenía a cargo de una niñera mientras trabajaba, y sus hijos fueron dados en adopción. En su expediente constaba que habían nacido fuera del matrimonio, por lo que no se requería el consentimiento del padre.
Según el informe de una comisión investigadora formada en 2018 por la Cámara Baja del Parlamento chileno, “es un hecho cierto que en Chile centenares de niños fueron arrebatados a sus padres para ser dados en adopción, especialmente en el extranjero” (5) durante la dictadura del general Augusto Pinochet. El método más común era hacer creer a la madre que su hijo había muerto y que el cuerpo había sido donado a la ciencia, evitando así las denuncias. A lo largo de la dictadura, unos veintidós mil niños fueron adoptados y enviados a veinticinco países, entre ellos Estados Unidos, Francia e Italia.
Hijo adoptivo de un alto ejecutivo de un gran banco nórdico, Fredrik Danberg se crio en Båstad, en una próspera región de Suecia. Durante toda su infancia le dijeron que su madre biológica chilena los había dado en adopción, a él y a su hermano gemelo, porque estaban enfermos y ella era pobre. Apoyados por activistas pro derechos de los adoptados, encontraron a su hermana en Facebook, y ella les ayudó a ponerse en contacto con su madre biológica. Su primer encuentro fue a través de pantallas: ella hablaba español, ellos sueco, y nosotros hicimos de intérpretes. Cuando sus hijos tenían dos meses, cuenta la mujer, tuvo que llevarlos al hospital para tratarles un eczema facial. Se los llevaron para examinarlos, pensó en aquel momento, pero nunca se los devolvieron. El personal del hospital le informó de que los gemelos habían muerto. Pidió ver los cuerpos, pero en vano. El padre acabó resignándose a la muerte de sus hijos, pero ella dice que los buscó por todas partes y que nunca firmó ningún papel de adopción. “A ustedes les secuestraron”, les asegura.
En Francia, el sector de la adopción internacional nunca se ha recuperado del todo del episodio de la ONG Arche de Zoé. El 25 de octubre de 2007, seis miembros de esta asociación fueron detenidos en el Chad cuando intentaban embarcar a 103 niños cubiertos con vendas y perfusiones falsas. Para las familias que los esperaban en Francia, se trataba de niños víctimas de la hambruna que asolaba Darfur, una región del oeste de Sudán. La investigación llevada a cabo por la policía local determinó que eran en realidad de nacionalidad chadiana, con padres vivos en la mayor parte de los casos, y legalmente inadoptables. El caso adquirió visos de crisis diplomática entre París y Yamena, al denunciar el presidente chadiano Idris Déby Itno “un tráfico de seres humanos” por parte de la antigua potencia colonial, con la complicidad de terceros sin escrúpulos. Condenados en el Chad, posteriormente repatriados a Francia para cumplir su pena, los protagonistas franceses comparecieron ante el Juzgado de lo Penal de París por “ayuda a la estancia ilegal de menores extranjeros en Francia”, “estafa” y “ejercicio ilegal de la actividad de intermediario con vistas a adopción”. El 12 de febrero de 2013, el Juzgado de lo Penal de París condenó al presidente del Arche de Zoé, Éric Breteau, y a su compañera Émilie Lelouch, a tres años de prisión, uno de ellos exento de cumplimiento.
Las catástrofes naturales, las guerras o los cambios políticos –sobre todo los que tienen exposición mediática en Occidente– han alentado auténticas fiebres por los “huérfanos” extranjeros. Los contextos caóticos en los que se producían tales acontecimientos favorecieron inevitablemente comportamientos oportunistas. En Rumanía, tras el derrocamiento de Nicolae Ceausescu en 1989, las televisiones europeas difundieron en horario de máxima audiencia imágenes de niños desnutridos encadenados a sus camas en internados insalubres. La emoción provocó entonces la apertura de un “mercado”: decenas de miles de niños fueron “exfiltrados” de Rumanía en la década de 1990, antes de que el país prohibiera las agencias internacionales de adopción en 2001. Cambiando de escenario, la política del hijo único adoptada por Pekín en 1979 dio pábulo en Occidente a la fantasía de riadas de niñas abandonadas por sus familias. La integración de China en la economía mundial generó un efecto llamada: a principios de la década de 2000, los orfanatos chinos se unieron al sistema de adopción internacional, convirtiéndose en los principales proveedores de menores a escala internacional. Pese a que Pekín ratificó en 2005 el Convenio de La Haya relativo a la Protección del Niño y a la Cooperación en Materia de Adopción Internacional –texto regulador de referencia en el tema de la adopción internacional–, las redes de trata siguen floreciendo (6). En 2005, la Justicia china condenó a diez personas por tráfico de seres humanos en la provincia de Hunan: habían vendido niños –por 370 euros– a orfanatos, quienes más tarde los ofrecían a agencias de adopción occidentales por entre 1000 y 5000 euros. En cambio, ninguna organización de Europa o Estados Unidos ha sido sancionada por comprar esos mismos niños. En Haití, tras el terremoto de 2010 que se cobró más de 200.000 víctimas, las agencias privadas de adopción se precipitaron sobre la isla. Una organización bautista estadounidense fue interceptada en la frontera con la República Dominicana transportando a 33 niños sin autorización ni documentos oficiales (7).
Estos escándalos han sumido la adopción internacional en una profunda crisis moral (8). En 2019, solo llegaron a territorio francés 421 niños, un 90% menos que en 2005. Los intentos por regular el sector y disipar las inquietudes no han logrado restablecer la confianza, y la iniciativa de adoptar se percibe ahora desde la sospecha. Para moralizar las prácticas, Vietnam, por ejemplo, ya solo permite la adopción internacional de niños con “necesidades especiales”, es decir, con patologías. Sobre el papel, esta práctica se ajusta a las recomendaciones del Convenio de La Haya, que prioriza el mantenimiento de los niños en su entorno de origen, autorizando al mismo tiempo la movilidad internacional por razones humanitarias. En la práctica, sin embargo, señala Sébastien Roux, “la preocupación ética, que constituye el núcleo del Convenio de La Haya, se ha visto desvirtuada por una política nacionalista de distribución de los niños en función de su estado de salud, enviando de facto a los menos deseables más allá de las fronteras simbólicas y políticas de la comunidad nacional”. En Francia, las organizaciones encargadas del acompañamiento de la adopción animan a los futuros padres a forjar un proyecto compatible con estos perfiles de niños y a prepararlos para afrontar situaciones en que reaparezcan los “traumas” psicológicos ligados al abandono. Al tiempo que se moraliza a sí mismo, el sector de la adopción internacional desalienta de esta manera muchas vocaciones parentales.
Vientre de alquiler
Mientras que por fin se va haciendo la luz sobre el lado oscuro de la adopción, una nueva práctica sale a escena en su lugar: los vientres de alquiler (también conocida con el eufemismo de “gestación subrogada”). Esta ofrece a las parejas occidentales lo que no permite la adopción: un recién nacido, generalmente blanco, que es portador de sus propios genes o de los genes que ellos elijan. Normalmente, se selecciona a una donante de óvulos blanca por su aspecto, y sus embriones fecundados se implantan en una madre de alquiler india o ucraniana elegida por sus tarifas competitivas –y por pertenecer a un país cuya legislación favorable garantiza plenos derechos a los futuros padres–. Los clientes de esta práctica no tienen desde luego la sensación de haber salvado a un niño, pero a cambio no se arriesgan a ser acusados de robar el hijo de otro.
Sin embargo, la historia parece repetirse. La “gestación subrogada” ya está empañada por acusaciones de madres que malinterpretaron los contratos (redactados en inglés a pesar de su país de origen), por denuncias de estafas, etc. Los primeros niños nacidos de vientres de alquiler ya han empezado a criticar esta práctica (9). Desde 2011, la Conferencia de La Haya de Derecho Internacional Privado, una institución intergubernamental que agrupa a noventa Estados y la Unión Europea, reúne cada año a juristas y profesionales sanitarios partiendo de una constatación básica: “La gestación por sustitución se ha convertido en un mercado global, lo que plantea una serie de dificultades, especialmente cuando las partes implicadas se encuentran en países diferentes”. Su objetivo es elaborar normas internacionales destinadas a “regular la gestación subrogada transnacional y facilitar el reconocimiento mutuo de las filiaciones resultantes de los contratos de madres de alquiler” (10). ¿Conseguirán legitimar un comercio que ya es blanco de numerosas críticas? Los escándalos pasados y futuros, así como la movilización de las asociaciones feministas, podrían dar al traste con este nuevo “mercado”, del mismo modo que ya provocaron el declive de la adopción internacional.
(1) “Adoptions in Sweden”, Adoptionscentrum, https://www.adoptionscentrum.se
(2) Tobias Hübinette, “Sverige som adoptionsland och adopterade som migranter”, Välfaïd, vol. 7, n.º 2, Solna (Suecia), 2007.
(3) Wolrad Klapp, “Escandaloso tráfico de guaguas chilenas”, VEA, n.° 1883, Santiago de Chile, 14 de agosto de 1975.
(4) Denuncia de Elmgren contra el canal de televisión chileno Chilevisión, presentada ante el Tribunal de Apelación de Santiago, 8 de mayo de 2018.
(5) Informe de la comisión especial investigadora de los actos de organismos del Estado, en relación con eventuales irregularidades en procesos de adopción e inscripción de menores, y control de su salida del país, Cámara de Diputados, Chile, 2018.
(6) Pang Jiaoming, The Orphans of Shao, Women’s Rights in China, Nueva York, 2014.
(7) Kathryn Joyce, The Child Catchers: Rescue, Trafficking, and the Gospel of Adoption, PublicAffairs, Nueva York, 2013.
(8) Sébastien Roux, Sang d’encre. Enquête sur la fin de l’adoption internationale, Vendémiaire, París, 2022. Las informaciones contenidas en este párrafo proceden del libro.
(9) Jessica Kern, “What happens when you learn that you were born through commercial surrogacy?”, testimonio en el sitio activista “Legalize surrogacy: why not?”, www.legalizesurrogacywhynot.com
(10) Claire de La Hougue, “GPA: Que s’est-il dit à la conférence de La Haye?”, Gènéthique, 17 de abril de 2018, www.genethique.org
* Kajsa Ekis Ekman: Periodista. Autora de Being and being bought: prostitution, surrogacy and the split self, Spinifex Press, Little River (Australia), 2013.