|
Chicos marroquíes que el periodista entrevistó.
A. L. |
Hace un par de horas que
Mohamed, Bilal, Soufiane y su grupo de amigos, todos ellos marroquíes, han terminado su jornada en el tajo. Han pasado calor y sed. Pero están contentos. Los chicos -casi imberbes, delgados, por lo común de ojos vivos-
son jornaleros
en una finca de fresas junto al parque nacional de Doñana, a unos tres
kilómetros por carretera de la ermita de El Rocío, en Almonte
(Huelva).
Estos chavales trabajan siete horas al día por 41
euros, aunque en realidad son 39 porque dos euros se los devuelven a la
empresa que los ha contratado. Es lo que les cobra diariamente por ocupar una plaza en un barracón de obra donde tienen cama, retrete, ducha, cocina y lavadora. Se trata de un habitáculo que intenta asemejarse a un hogar, aunque ni de lejos.
Hay dos hileras de estos barracones en mitad de un
descampado rodeado de inmensas fincas con invernaderos. Los chicos,
cuando le dan indicaciones a este reportero para llegar hasta aquí, les
llaman “las casitas”. Ahora, a mitad de tarde de este jueves, cuando EL
ESPAÑOL los visita, algunos de estos jóvenes se reúnen a charlar
mientras otros, todavía exhaustos por el duro trabajo, descansan en sus camastros tras comer y ducharse.
Saben
que mañana han de levantarse al amanecer y que pasarán siete horas
encorvados cortando esos jugosos frutos rojos que a las pocas horas de
saltar de la rama -a lo sumo un par de días- llegarán a las neveras de
media Europa.
Algunas jornadas hacen horas extras. Como máximo, tres diarias. Las cobran a entre siete y nueve euros cada una.
Todos estos chavales cruzaron un día de manera
irregular las fronteras de Ceuta y Melilla. Eran menores de edad cuando
lo hicieron. 15, 16, 17 años. La Administración de ambas ciudades
autónomas españolas se hizo cargo de ellos. Hasta cumplir los 18 se les
catalogó como ‘menores extranjeros no acompañados’, MENAS. Se les dio un
techo, comida y formación.
Cuando
se hicieron mayores de edad se les entregó un permiso de residencia
temporal y se les dejó en la calle. Si no encontraban trabajo, tarde o
temprano acabarían expulsados. Buscaos la vida, se les vino a decir. Y en esas andan.
Esta semana, VOX ha vuelto a señalarlos en un cartel
publicitario de su campaña electoral en Madrid. “Un MENA, 4.700 euros
al mes. Tu abuela, 426 euros de pensión mensual”. El mensaje era
directo, acusador y falso, como contó este periódico esta semana. En
resumen, se decía que esos chicos estarían llevándose el dinero que
podría destinarse al bienestar de los ancianos españoles.
No era la primera vez que el partido de ultraderecha los acusaba de manera prejuiciosa y
falsa. Otras veces los ha señalado como violadores o ladrones y de
actuar en manada. Siempre, sosteniendo que su procedencia era la causa
por la que actuarían de ese modo. Pero Mohamed, Bilal, Soufiane y
compañía desmienten esa imagen dañina que VOX quiere trasladar de ellos.
“Nosotros venimos a trabajar, no a ser
delincuentes”,
explica Mohamed Achoroaa, de 21 años, el mayor del grupo.
“El color de mi piel, mi lugar de nacimiento o mi acento no tienen por
qué marcarme de por vida”. El chico, de pelo oscuro y rizado, lleva
cinco meses trabajando en la recogida de la fresa.
“Lo que queremos es buscarnos la vida”, apostilla
Bilal Lamsayah, de 18 años, uno de los recién llegados. Trabaja aquí
desde mediados de marzo. “Que Abascal, cualquiera de VOX o la gente que
piensa como ellos vengan aquí por 39 euros al día. No aguantarían mucho, te lo aseguro”.
Dinero a casa
Los ochos jóvenes marroquíes con los que habla el
reportero aseguran que cada mes envían una remesa de dinero a sus
familias. Mohamed, el más veterano del grupo, mandó 350 euros el mes
pasado. Con ese dinero ayuda a sobrevivir a sus padres, que no tienen
trabajo, y a sus cuatro hermanos.
“Aquí, aunque el salario sea bajo, gano en un día
lo que podría ganar en mi país durante todo un mes trabajando más
horas”, asegura. Otros chicos envían lo que pueden: 100, 150, 200 euros…
Los barracones en los que viven estos jornaleros
-la mayoría de la mano de obra en la recogida de la fresa es extranjera,
principalmente de origen magrebí y de países de Europa del Este- se
encuentran en mitad de inmensas fincas que sólo se ven delimitadas por
carreteras perpendiculares. A vista de pájaro, resultaría como observar
el mapa de un bosque lleno de caminos verticales y horizontales que se entrecruzan.
|
Extutelados conviven en barracones en las fincas de fresas. A. L. |
Las personas que se alojan en este tipo de
instalaciones se encuentran a varios kilómetros del núcleo urbano más
cercano. Para hacer la compra, han de ir en grupo en un automóvil. Este
grupo de ocho jóvenes marroquíes no dispone de uno. La empresa para la
que trabajan les facilita una furgoneta cada 15 días para poder ir a un
supermercado o a cortarse el pelo a una barbería.
“Estamos aislados”, cuentan. Para ellos, salir a
tomar un refresco, conocer a otros jóvenes o ir a comer una hamburguesa
es una quimera. Sin embargo, en ningún momento de la entrevista se
quejan.
Un decreto 'salvador'
En abril del año pasado, casi al inicio de la
pandemia y con el país confinado, el Gobierno publicó un decreto por el
que se permitía que los extranjeros en situación irregular en España
pudieran trabajar en el campo.
Aprovechando esta coyuntura, tres ONG -Amani, de
Granada; Familia Solidaria para el Desarrollo, de Chiclana (Cádiz) y
Voluntarios por otro Mundo, en Jerez (Cádiz)- negociaron con Freshuelva,
una de las patronales del sector de las fresa, para incorporar a
jóvenes extutelados a la campaña de recogida.
En 2020 consiguieron 80 contratos. En la campaña de 2021 han sido 140. Sólo a cuatro de estos chicos se les ha despedido.
“La pandemia les abrió una puerta laboral y una
oportunidad”, explica Michel Bustillo, delegado de Voluntarios por Otro
Mundo, ONG que tiene cinco pisos de acogida, con 42 plazas en total,
para exMENAS.
“Hablamos con el Defensor del Pueblo y éste le hizo
una recomendación al Ministerio de Inclusión Social, Seguridad Social y
Migraciones. Gracias a ese decreto a los chicos que firmaron un
contrato se les concede una tarjeta de residencia y trabajo de dos años de duración”.
En 2020 se acogieron al acuerdo alcanzado con
Freshuelva cuatro empresas. Este año han sido nueve. “Estoy contento”,
añade Bustillo. “Las condiciones laborales son duras pero los chicos
están respondiendo muy bien. Con 18 años, como tiene la mayoría, el que
estén en esos campos aguantando demuestra que son un ejemplo y que vienen a buscarse un futuro, no a hacer daño a nadie”.
Michel Bustillo se revuelve cuando se le pregunta por VOX y su última campaña electoral en Madrid contra los MENAS, la misma que un juzgado de la capital del país ha rechazado retirar. La Fiscalía lo denunció por la supuesta comisión de un delito de odio.
“Son unos provocadores. ¡Que Abascal me acompañe un
día a una de esas fincas o que los escuche Rocío Monasterio! Entonces se les
cambiará el concepto que tienen de estos chicos. Me genera mucha rabia
que se aprovechen de los vulnerables y que se intente enfrentar al pobre
contra el pobre. Son ruines. Están creando la imagen de un monstruo de alguien que no lo es”.
"¿Tanto mal hago?"
Comienza a caer la noche sobre los campos de fresas
de Huelva. Aquí, en este poblado de barracones, corre un leve viento
que invita a resguardarse. Los chicos se cubren con sudaderas, aunque
varios de ellos todavía visten pantalones cortos y llevan chanclas.
Bilal Lamsayah cuenta que es Nador. Lleva dos años y
medio sin ir a Marruecos, justo el tiempo que hace que cruzó a Melilla.
Con 18 años, tras abandonar el centro de menores en el que convivía con
alrededor de otros 900 chicos, se mudó a Almería para intentar
encontrar trabajo y que se le prorrogara el permiso de residencia. Estuvo un mes y medio trabajando sin papeles en una restaurante, donde fregaba platos.
Luego, Bilal probó suerte en Málaga y más tarde en
Lérida. En tierras catalanas escuchó hablar de un tal Michel Bustillo y
sus pisos de acogida en Jerez de la Frontera, adonde llegó en octubre
del año pasado. El 11 de marzo se mudó a Huelva para empezar a trabajar
en la recogida de la fresa. El chico considera que hay una parte de la
sociedad española que es "abiertamente racista".
“Salí de mi casa en busca de un futuro mejor. Mi
sueño es estudiar y mudarme a Inglaterra. Quiero vivir allí, me encanta
ese país. Es injusto que a alguien se le juzgue por el color de piel o
por lo que hagan otros de su mismo país. Eso es xenofobia.
Yo estoy en España para ganarme la vida y tener un futuro.
¿Tanto mal hago? Dímelo tú, ¿tanto mal hago?”.
La pregunta todavía resuena en la cabeza de este reportero.