para la etapa de Primaria.
Fernando Hernández Sánchez,
Profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales,
Fac. de Formación de
Profesorado y Educación,
Universidad Autónoma de Madrid.
Qué lejos estaba el maestro Alonso, autor de la zarzuelilla Las corsarias,
de sospechar que la historieta de ese fray Canuto,
cuyos favores sexuales se rifaban las integrantes del cuerpo de baile del Teatro Martín al compás del “foxtrot bailable de las dormilonas: Buenas noches caballeros” y las picantes evoluciones de Celia Gámez y sus coristas,
iban a pasar, de enervar al público masculino frecuentador del subgénero sicalíptico,
a formar parte del currículum de formación en valores en colegios e institutos.
Hace seis años, José Ignacio Wert, ministro de Educación de
imperecedera memoria, realizó unas declaraciones al vetusto diario de
los Luca de Tena (ABC) en las que sentenció: “Educación para la
Ciudadanía (EpC) se convirtió en una asignatura con carga de
adoctrinamiento”. Reciclando todo tipo de intoxicaciones emanadas del
lobby integrista, Wert descalificó el currículum de la materia por
considerarlo trufado de ideología anticapitalista, anticristiana y
antiespañola —la trilogía invertida de las esencias patrias—. Como no se
cansarían de repetir las voces alojadas en lo más profundo de la
caverna, EpC promovía un nuevo modelo de moral subversiva, relajada,
promiscua y disolvente acorde al proyecto desnacionalizador de la
izquierda.
Cuando declinaba la primavera de 2015, Wert nos dejó
para instalarse en los Campos Elíseos, y no al estilo de los héroes
griegos, que recibían tal recompensa por razones virtuosas y sin gravar
el erario público. Wert se fue, pero su espíritu dejó impregnaciones. Su
sucesor, Íñigo Méndez de Vigo y Montojo, y la ministra de Defensa,
María Dolores Cospedal García, tomaron el testigo en la misión de
“españolizar” a la infancia y la juventud.
Catecismo en horario escolar, evaluable y computable en el expediente, o “cultura de defensa y los valores asociados a ella”
En
diciembre de aquel mismo año, los dos departamentos firmaron un Acuerdo
Marco Interadministrativo con la finalidad de “promover el conocimiento
y sensibilización de los jóvenes escolares sobre los temas relacionados
con la paz, la seguridad y la defensa” mediante el desarrollo de
contenidos curriculares de las asignaturas de Valores Sociales y Cívicos
(Enseñanza Primaria) y Valores Éticos (Enseñanza Secundaria).
Ambas
son la alternativa a Religión, otra materia que el conservadurismo se
ha empeñado en reforzar durante estos años con la correspondiente
sanción del Tribunal Constitucional. El diseño resultante habría sido
muy del gusto de la aristocracia del Antiguo Régimen: “Iglesia, Mar o
Casa Real” era el destino para los hijos segundones hasta el siglo
XVIII. “Altar o Milicia” parece ser la falsa disyuntiva que se les
ofrece a los estudiantes y a sus familias en la segunda década del XXI.
Catecismo en horario escolar, evaluable y computable en el expediente, o
“cultura de defensa y los valores asociados a ella”.
Como parte
del programa destinado a proporcionar un cierre ultraconservador a la
crisis política abierta en 2011 llega hoy a nuestras manos el Proyecto
“Conocimiento de la Seguridad y la Defensa Nacional en los centros
educativos” para la etapa de Primaria.
Se trata, según sus
autores, de una iniciativa que se basa en un supuesto “consenso social
sobre la relación existente entre el futuro comportamiento como
ciudadanos de nuestros menores y jóvenes y la educación que estos
reciben, además de en el ámbito familiar, en la escuela”.
Dando
por sentado que exista semejante acuerdo y en tal sentido, más allá de
la episódica generalización de la estética de casa-cuartel aplicada a
los bloques de vecindad por mor de la reacción al contencioso catalán,
los autores nos ofrecen diez unidades didácticas destinadas a “mejorar
el conocimiento de la Seguridad y la Defensa Nacional” y a concienciar
al alumnado “sobre los aspectos relacionados con estas”.
Un
somero repaso a las 240 páginas del material colgado en la web del MEC
da que pensar, a pesar del aval del Centro Nacional de Innovación e
Investigación Educativa (CNIIE), que sus autores hace mucho que no pisan
un centro educativo y que, casi sin lugar a dudas, hace mucho también
que no salen de un cuartel.
Desde el punto de vista pedagógico, es
un desastre en cuanto a planteamiento, metodología y diseño de las
actividades. Las unidades didácticas cuentan con un planteamiento
expositivo absolutamente inadecuado para los estudiantes de los niveles a
los que se dirige: ¿alguien piensa que el alumnado de 5º y 6º de
Primaria puede digerir, sin la correspondiente adecuación del
vocabulario o un extracto de los principales contenidos, cuatro páginas
de apretado texto de las Reales Ordenanzas? ¿O una entrevista de la
misma extensión al secretario general de la OTAN? ¿Nadie ha caído en las
sustanciales diferencias existentes entre un aula de Primaria y un
Hogar de Suboficiales?
A modo de compensación y para
contrarrestar la densa parte doctrinal, el apartado relativo a las
actividades se ajusta al clásico esquema pinta-recorta-colorea. Parece
un muy pobre concepto de lo que es contenido educativo. Hacer por hacer,
eso sí, con mucha exposición de manualidades, muchos ¡vivas! y unas
cuántas apelaciones al alistamiento desde tierna edad.
La
transmisión vertical y jerárquica —el tema obligado de contenidos y el
activismo sin finalidad clara- quedan compensados por los broches
musicales que cierran cada unidad didáctica, consistentes en seguir el
compás, cuando no entonar a paso rítmico los respectivos himnos de las
distintas armas.
Cabría preguntarse si los asesores del Proyecto sobre Cultura de la Defensa no han encontrado otro hito mejor que el de las guerras de Marruecos para anclar los valores de las fuerzas armadas del siglo XXI
Destaca entre todas, a modo
de corolario, la propuesta sobre el aprendizaje del pasodoble
“Banderita, tú eres roja/ banderita, tú eres gualda”. Qué lejos estaba
el maestro Alonso, autor de la zarzuelilla Las corsarias, de
sospechar que la historieta de ese fray Canuto cuyos favores sexuales se
rifaban las integrantes del cuerpo de baile del Teatro Martín al compás
del “foxtrot bailable de las dormilonas: Buenas noches caballeros” y
las picantes evoluciones de Celia Gámez y sus coristas iban a pasar, de
enervar al público masculino frecuentador del subgénero sicalíptico, a
formar parte del currículum de formación en valores en colegios e
institutos. Todo un reto para los encargados de ajustar semejantes
contenidos a los estándares de aprendizaje…
Ironías aparte,
cabría preguntarse si los asesores del Proyecto sobre Cultura de la
Defensa no han encontrado otro hito mejor que el de las guerras de
Marruecos para anclar los valores de las fuerzas armadas del siglo XXI.
¿Una
guerra colonial es el mejor referente posible en el marco de la escuela
multicultural, multiétnica y plurinacional actual? ¿Es conmemorable una
matanza como la que llevó a los reclutas carentes de recursos
para procurarse un sustituto o comprarse un destino confortable —los
soldados de cuota— a pagar un terrible tributo de sangre en el Barranco
del Lobo o Annual?.
Una empresa exterior sin más justificaciones
que el afán de sublimar un complejo de inferioridad internacional, la
defensa de los intereses mineros vinculados a determinados sectores de
la oligarquía restauracionista o las fanfarronadas de un monarca
inconsciente de los sufrimientos de su propio pueblo ¿rinde un buen
servicio a institución alguna? Una campaña brutal, en la que se aquilató
el espíritu inclemente e inhumano de toda una generación de oficiales,
los africanistas, cuya vesania se tradujo en execrables crímenes de
guerra entonces y en la posterior guerra civil ¿puede erigirse en espejo
del talante de las fuerzas armadas en 2018?
La aproximación a las
obras de algunos autores a los que se cita, aunque se lean poco, en la
Historia de la Literatura de Bachillerato —Imán, de Ramón J. Sender, o La ruta (segunda parte de la trilogía La forja de un rebelde) de Arturo Barea— desarbolaría, de ser así, buena parte de lo aprendido por el alumnado al llegar a etapas superiores.
Tampoco
resulta muy edificante la exposición a unos himnos cuajados de
ditirambos debidos al numen poético de José María Pemán. Casan mal con
el afán de modernidad y, puestos a mayores, con el alineamiento exterior
de España y sus ejércitos. Sería curioso conocer la opinión de los
mandos de los ejércitos aliados de la OTAN, organización en cuyo origen
se encuentra la Carta del Atlántico que sirvió de programa común de
acción para la derrota del Eje, al saber que ese Pemán era, según la
OSS-CIA en octubre de 1948, un “notorio falangista comprometido con el
espionaje pro-nazi durante la segunda guerra mundial”.
Más allá de
su recorrido por todas y cada una de las organizaciones reaccionarias
extremistas de la época, resulta inaceptable la reintroducción en las
aulas de un personaje indigno de figurar en el panteón de la escuela
española, si no es a título de enterrador.
Como presidente entre
1936 y 1938 de la Comisión de Cultura y Enseñanza de la Junta Técnica
del Estado, encargada de la depuración del funcionariado docente, José
María Pemán fue el destructor no solo del magisterio republicano, sino
también del procedente de la tradición liberal. Por consiguiente,
corresponsable del páramo cultural que hundió a España en medio siglo de
aislamiento y retraso. No parece el mejor aval para figurar en los
manuales escolares.
Nos encontramos, en definitiva, ante un
proyecto que nace ya anticuado, dotado de materiales con evocaciones
rancias, metodológicamente obsoleto, filosóficamente reaccionario y
adoctrinador en los principios hueros de un nacionalismo castizo,
limitado y excluyente.
Una iniciativa impropia de una sociedad avanzada y
plural; inadecuada para con un patriotismo cívico que esté más
pendiente de las personas que de los símbolos; y desacorde con la imagen
de unas fuerzas armadas modernas, profesionales y comprometidas con la
defensa de los valores democráticos.