Desde el
inicio, la madre y el padre de Gabriel han demostrado una entereza
admirable, haciendo llamados a la solidaridad colectiva, a la justicia y
a no alentar mensajes de venganza, incluyendo la reacción de rechazo
ante la provocación de un tuit viral de uno de los representantes de VOX reclamando la pena capital.
Tal y como señala Manuel Jabois, "hay algo casi matemático que es la
distancia entre los mensajes de duelo y los mensajes de venganza. Cuanto
menor es esa distancia, más adherida se siente la gente, porque estás
dirigiéndote a personas conmocionadas".
El llamado por parte de sus padres para encontrar a
“nuestro pescaíto”, generó una inusitada oleada de mensajes y dibujos en
redes sociales (#TodosSomosGabriel, #NoEstáisSolos), calles, comercios y
colegios, convirtiéndose la búsqueda en una tarea colectiva que iba
mucho más allá de las labores de los cuerpos y fuerzas de seguridad
habituales. En la búsqueda se implicaron cerca de 1.200 personas que
peinaron la zona durante 12 angustiosos días y cerca de 8.000 personas,
entre las que se contaban numerosas familias con niños y niñas, se
concentran en Almería inundando la plaza de peces de todos los colores.
Incluso una iniciativa ciudadana en Change.org
que ya ha recogido más de 12.000 firmantes, está pidiendo que el
Acuario de Sevilla pase a llamarse: Pescaíto Gabriel Cruz, una clara
voluntad ciudadana de homenajear y mantener el recuerdo de Gabriel.
Finalmente, la triste noticia de su asesinato congregó a más de 4.000
personas de todas las edades que acudieron a la capilla ardiente
instalada en la Diputación Provincial de Almería, lo que implica que más de 1200 personas por hora dieron su último adiós al pequeño Gabriel.
¿Cuáles son los motivos que explican esta masiva respuesta,
considerando que, casi sin excepción, asistimos a diario a noticias
relacionadas con una violencia hacia niños y niñas que compromete sus
vidas?
La infancia se hace noticia de forma
habitualmente sensacionalista, sin que su tratamiento permita arraigar
la idea de que es un bien cada vez más escaso, que el bienestar de niños
y niñas debe entenderse como una responsabilidad colectiva pues forman
parte cotidiana de la estructura social y, sobre todo, que es obligación
de todos y todas que sus vidas se desarrollen garantizando todos sus
derechos, como sujetos políticos que son.
Mientras
esto no se convierta en un verdadero desafío colectivo en forma de
política pública, muchas de las muertes violentas de las niñas y niños
seguirán quedando en el silencio y en el olvido, y el dolor de esas
pérdidas seguirá considerándose un acto exclusivo del ámbito privado.
Es, por ello, un buen momento para reiterar
que nuestro país necesita de
forma urgente
una ley integral contra toda forma de violencia sobre la
infancia.
Junto con la pobreza infantil y la situación de desigualdad,
es uno de los principales retos en materia de derechos de infancia, y la
mayoría de las organizaciones del sector vienen señalando la necesidad
de esta ley desde hace ya varios años. El pasado mes de enero, el actual
gobierno se comprometió ante Naciones Unidas a ello, pero aún queda un
muy largo proceso hasta que esta pueda ver la luz y que tenga impactos
positivos en las vidas de la infancia.
La pérdida de
un niño, primero desaparecido y posteriormente hallado sin vida, es un
episodio para el que la mayor parte de las personas no estamos
preparadas emocionalmente. Si bien lo habitual es gestionar el drama
entre la familia y sus allegados, sus padres apostaron por socializar su
búsqueda y el duelo posterior de forma colectiva y pública. Así,
Gabriel entró en nuestras casas, en todas nuestras “vidas digitales” y
un mar de dibujos, especialmente infantiles, inundaron nuestras
esperanzas de que apareciera con vida.
En medio del
más doloroso episodio de sus vidas, han apelado a la justicia, la
humanidad y la serenidad, con frases como “que lo que quede de este caso
sean las buenas acciones que han salido por todos lados y han sacado lo
más bonito de la gente” y “no quiero que esto quede en la rabia” pero,
sobre todo, rechazando las voces de quienes siguen reclamando una
venganza más basada en el racismo y la xenofobia que en la crueldad del
hecho en sí.
Como en la magistral película del cineasta y sociólogo armenio Atom Egoyan, El dulce porvenir,
que narra cómo cambia bruscamente la vida de un pueblo cuando un
autobús escolar tiene un fatal accidente con la pérdida de la mayoría de
los niños de la comunidad, Gabriel y sus padres han conseguido
movilizar a una gran parte de la población almeriense y española como si
de un flautista de Hamelín se trataran.
Marta Martínez Muñoz es Socióloga. Investigadora en políticas y derechos de la infancia.