La violencia no es la relación natural entre padres e hijos.
Utilizar el poder, no es crear familia.
Se impondrá el orden..., pero no la familia.
Disciplina positiva, educación
respetuosa, crianza con apego... Desde diferentes corrientes educativas o
de crianza crece el consenso en apostar por una educación alejada de
imposiciones, coacciones, chantajes, gritos o castigos.
Van quedando
atrás el "si no te lo cenas te lo desayunas", el "porque lo digo yo" y,
por supuesto, la zapatilla voladora. Pero en un día a día marcado muchas
veces por las prisas y el estrés surgen las dudas. Sabemos lo que no
deberíamos hacer, pero, ¿conocemos las alternativas frente al conflicto?
Varios niños jugando. |
Todos los expertos consultados afirman que nunca se debe ignorar o abandonar a un niño ante una pataleta ni hacerle sentir rechazado o castigarle
A pesar de este ideal, de la Hoz cree que no hay que
tener miedo a hablar de límites y, llegado el caso, de sanciones
"entendidas siempre como la consecuencia de un acto o comportamiento
inadecuado". Lo importante es, recalca, que no se recurra nunca a ellas
como primera opción ni con el ánimo de hacer sufrir sino únicamente de
manera puntual, razonada y muy definida y acotada en el tiempo para
responder a una conducta o acción concreta que es importante cambiar,
teniendo en cuenta siempre además el perfil del niño. "Los niños
necesitan unos límites que tienen que ver con que vivimos en una
sociedad en la que hay que tener en cuenta a los demás", afirma.
En este sentido, Alberto Soler, psicólogo autor del libro Hijos y Padres Felices y del videoblog Píldoras de psicología,
se refiere a los premios y castigos como fenómenos que forman parte de
la naturaleza y, desde ese punto de vista inevitables –una sonrisa como
refuerzo positivo, un enfado ante una mala conducta–. Ahora bien,
prefiere hablar de las consecuencias concretas agradables o
desagradables que se derivan naturalmente de una acción –si no comes
tendrás hambre– o que un adulto propone desde la lógica –si pintas la
pared, tendrás que ayudar a limpiarla–, no como castigo, sino como
aprendizaje.
Por ejemplo, ante conductas muchas veces
tildadas de "retadoras" como tirar o romper cosas, lo más adecuado en
su opinión sería transmitir cuáles son las consecuencias insistiendo en
mensajes como: "Lo que se tira se recoge y lo que se rompe se arregla o
se repone", siempre desde la naturalidad y teniendo en cuenta la edad y
capacidad de comprensión del niño. En todo caso, como aclara Soler, "el
objetivo no será nunca la revancha o que pague por lo que ha hecho, sino que aprenda progresivamente a asumir las consecuencias de sus actos".
Por su parte, aunque cree que los límites son necesarios en aspectos
como la seguridad, la salud o el bienestar de los niños y adolescentes,
Tania García, directora de Edurespeta y autora de Guía para madres y padres imperfectos que entienden que sus hijos también lo son,
cree que en demasiadas ocasiones estos se confunden con los castigos, o
se utilizan las consecuencias como "castigos encubiertos". Es tajante. Para ella una educación respetuosa pasa por asumir que "si
no vamos por ahí imponiendo consecuencias a nuestras parejas, a
nuestros amigos o hermanos por sus acciones, a nuestros hijos tampoco
deberíamos imponérselas".
Conexión y acompañamiento emocional
Aunque en materia de educación cada receta tenga sus propios
ingredientes, hay uno en el que tanto García como Soler y De la Hoz,
ponen especial énfasis: la necesidad de acompañar emocionalmente a los
niños en las situaciones de crisis. Las rabietas son un buen ejemplo.
Todos afirman que nunca se debe ignorar o abandonar a un niño ante una pataleta ni hacerle sentir rechazado o castigarle.
Se trataría, más bien, de intentar estar presentes física y
emocionalmente en el proceso, ofrecerles cariño y consuelo en la medida
que lo acepten para que lleguen a un estado más receptivo y calmado
desde el que entender o poder abordar lo ocurrido. Intentar, como afirma Soler, "que se sientan comprendidos y aceptados y, más allá o a pesar de su comportamiento concreto, transmitir el mensaje de que desaprobamos su conducta en este momento, pero les seguimos queriendo y aceptando".
Para Tania García "cuando
mejor acompañes emocionalmente, más amor profeses en ese momento y más
paciencia tengas antes se les va a pasar", y critica que muchas veces
ante las típicas rabietas o pataletas de los niños, "los padres estamos
más pendientes de lo que opinan los demás que de lo que necesita el
niño".
Con todo esto tiene mucho que ver la empatía.
También con entender que los niños tienen sus propias necesidades,
preferencias y derechos, incluido el de negarse a algo o enfadarse y,
más allá de eso, como afirma De la Hoz, asumir "que muchas veces, aunque
nos empeñemos, no vamos a conseguir lo que pretendemos o que hay cosas
que no van a cambiar por mucho que insistamos". Se trata, de alguna
manera, de elegir las guerras que libramos como padres o educadores y no
extralimitar, sobreproteger ni decir todo el rato a los niños lo que
tienen que hacer ni hacerlo por ellos.
Para De la
Hoz, "estamos en una época de pautas y de modelos educativos y parece
que siempre que el niño hace algo hay que darle una respuesta positiva o
negativa, pero estar todo el día encima del niño no es bueno, y puede
ser contraproducente porque, entre otras cosas, se acostumbrará a que
cada cosa que haga tenga que tener la respuesta de otra persona".
En un sentido similar, Soler se refiere a las malas contestaciones: "En
la mayoría de casos es más útil la extinción que el castigo; ignorar
estas respuestas -nunca al niño- hace que tiendan a disminuir en
intensidad. Cuando las castigamos y cuanta más importancia les damos,
más cumplen el objetivo inicial, que suele ser llamar la atención; el
castigo, de hecho, puede incrementar esas respuestas actuando en
realidad como recompensa".
Desde dónde actuamos los mayores
Más allá de las acciones concretas que llevemos a cabo como educadores,
el tono y el lenguaje desde el que lo hacemos no son algo anecdótico ni
superfluo. Mantener la calma y el cariño incluso cuando estamos
sancionando una conducta es fundamental. Se trata de mantener activos el
respeto y la amabilidad en la medida de lo posible, de no perder la
calma y entender, como dice García, "que como mejor aprenden los niños
es con el ejemplo y que no podemos exigir algo que no somos capaces de
hacer".
En este sentido, todos coinciden, por
ejemplo, en que las conductas violentas no deben ser ignoradas y en la
importancia de transmitir que la violencia nunca puede ser una respuesta
válida; pero, para que el mensaje llegue, es fundamental no caer en
actitudes violentas como apartar a nuestro hijo de un manotazo si pega a
otro niño o gritarle... En opinión de García "a veces se nos olvida ser
amables con nuestros hijos" y otras, que sus rabietas o sus respuestas
no son algo personal sino "el reflejo de una necesidad por resolver".
Sea como sea, si no encontramos la respuesta, siempre podemos volver a
la pregunta inicial. Es precisamente lo que muchas veces en las escuelas
de padres se propone plantear a los más pequeños ante una conducta
inadecuada: ¿De cuántas otras formas crees que puedes hacerlo? Se trata
de conseguir que sea el niño el que, a través de sus propios
razonamiento y el acompañamiento y refuerzo de los padres o educadores,
genere alternativas positivas que sustituyan a la conducta a evitar. "El
problema muchas veces es que nos centramos en una conducta concreta o
en que el niño haga lo que queremos y nos olvidamos de generar
alternativas desde su punto de vista", que es lo que realmente sería
efectivo y valioso a largo plazo, concluye De la Hoz.