Lara Alonso,
The Graduate Center, CUNY.
The Journal of the Students of the Ph.D.
Program in Latin American, Iberian and Latino Cultures.
Una herida abierta de 2.500 kilómetros
divide un pueblo, una cultura,
recorre la longitud de mi cuerpo,
me clava estacas de valla en la carne,
me parte me parte
me raja me raja
Gloria Anzaldúa
La frontera
No todos los muros se ven. Algunos se oyen. El pensamiento calcificado en palabras levanta muros simbólicos, edificados con la lengua a partir del impulso del miedo. Ante una supuesta necesidad irreal de defensa, la rigidez mental la disfraza de odio y construye barreras lingüísticas que la aíslen de lo “diferente”. Estos muros de lenguaje, o el lenguaje muro, construido a partir de metáforas que separan y quiebran, es un arma que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sabe manejar.
“There are some bad hombres here and we are going to get them out” (“Hay algunos hombres malos aquí y los vamos a echar”[ii]) dijo Trump en su último debate preelectoral ante Hillary Clinton y toda la audiencia que lo seguía por televisión en octubre de 2016. Un año después, tras la catástrofe del huracán María en Puerto Rico, el ya presidente en una rueda de prensa pronunció hasta tres veces de manera paródica y jocosa la palabra “Puerto Rico” con un exagerado acento español[iii]. En ninguno de estos ejemplos estamos ante simples ocurrencias de un personaje controvertido, sino ante actos glotopolíticos de reproducción del racismo. Cada uno funciona como ladrillo simbólico que levanta el lenguaje muro, cuyas metáforas sólidas y recias alejan al “otro”, expulsándolo al lado opuesto del “muro” que marca las fronteras entre “nosotros” y “lo ajeno”.
Las prácticas lingüísticas son, ante todo, prácticas sociales. Es decir, al hablar, comunicamos a un interlocutor un mensaje a través de un código compartido, pero al hacerlo, estamos haciendo mucho más que eso. El lenguaje es, de hecho, la principal herramienta social mediante la cual conseguimos llevar a cabo nuestra vida en comunidad. Para ello, construimos mensajes a partir de símbolos cuyo significado depende de muchos elementos (entre ellos la manera en la que los reconstruya el oyente). Este significado es, por un lado, directo: un símbolo señala de manera directa una realidad determinada. Por ejemplo, la palabra “hombre” hace referencia en nuestra mente a una persona adulta de género masculino. Pero, además, los símbolos contienen y producen de manera indirecta mucha más información (Silverstein 1976). En esa declaración de Donald Trump la palabra “hombre” en español remite no solo a personas de género masculino, sino a personas hispanohablantes de género masculino, es decir, a una imagen concreta de “personas hispanohablantes de género masculino” que tiene sentido político en Estados Unidos y que se construye a partir de ideologías racistas y machistas. Donald Trump utilizó esta estrategia semiótica en un debate preelectoral seguido por todo el país, lo cual influye en su significado y sus consecuencias.
Consecuencias porque el lenguaje no solo representa, sino que además es performativo: hace cosas (Austin 1962). Aunque los mensajes de Trump tiendan a ser ambiguos y metafóricos, con significados capaces de variar según el contexto que se les asigne[iv], el muro simbólico que construyen es firme e impenetrable. Una declaración racista (como la mencionada de Donald Trump) además de representar un mensaje racista, genera racismo (Flores y Rosa 2015), puesto que el proceso de representación crea al objeto que representa (Hall 1997). Pero además del poder de las palabras para crear y modificar la realidad social, debemos tener en cuenta la capacidad que tienen como vehículo de ideologías lingüísticas (conjunto de representaciones que construyen la intersección entre el lenguaje y los seres humanos en una realidad social (Woolard 1998:3)) que subyacen a lo dicho. En este caso, estos ejemplos de lenguaje muro estarían basados en una ideología lingüística de raciolingüismo, que produce a través de la lengua a sujetos racializados por sus prácticas lingüísticas (Flores y Rosa 2015:150). Con sus palabras, Trump levanta así su muro metafórico, que separa a estos sujetos racializados de la población anglohablante del país, cuyas prácticas lingüísticas se consideran “normales”. Aquellos que por su lengua quedan al otro lado, son silenciados simbólicamente por el lenguaje muro que les sitúa en ese ese espacio de marginalidad y otredad.
En Estados Unidos el 17’8% de la población se identifica como latina (57’5 millones) y el 13% habla español en casa (US Census 2014). Este dato no ha pasado desapercibido para la mayoría de políticos estadounidenses, que han utilizado el español en discursos y campañas para ganarse el voto de la población hispanohablante. Ya en año 2000 Bill Clinton afirmó que “esperaba ser el último presidente de Estados Unidos que no habla español” (Univisión noticias), y desde entonces, los siguientes presidentes George Bush y Barack Obama, a pesar de no dominar el español, lo utilizaron en discursos públicos, al igual que hacen otros políticos del país, tanto bilingües (como Marco Rubio, senador republicano por el estado de Florida, o Jeb Bush, exgobernador republicano de Florida) como no hablantes de español (como Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York).
Sin embargo, con su lenguaje muro, Donald Trump revierte esta tendencia. En uno de los debates preelectorales[v], Trump acusó a Jeb Bush (precandidato republicano) de hablar español en la campaña, lo que para él iba en contra del proyecto asimilacionista de Estados Unidos. A la pregunta de la presentadora del debate Dana Bash de: “What´s wrong with speaking Spanish?” (¿Qué hay de malo en hablar español?) Donald Trump contestó:
We have a country, where, to assimilate, you have to speak English. (…) We have to have assimilation — to have a country, we have to have assimilation. I’m not the first one to say this, Dana. We’ve had many people over the years, for many, many years, saying the same thing. This is a country where we speak English, not Spanish.
Tenemos un país donde, para asimilar, tienes que hablar inglés. (…) Tenemos que tener asimilación- para tener un país, tenemos que tener asimilación. No soy el primero en decir esto, Dana. Ha habido mucha gente diciendo lo mismo durante años. Este es un país en el que hablamos inglés, no español.
En realidad, Estados Unidos no tiene una lengua oficial. Sin embargo, se caracteriza por una ideología lingüística monolingüe (Silverstein 1996) reflejada en las numerosas iniciativas que tratan de restringir el uso público de otras lenguas. Donald Trump ha contribuido con su gobierno en este tipo de medidas que tratan de invisibilizar a las otras lenguas habladas en el país. Entre sus decisiones más controvertidas en este terreno, destaca el cierre de la versión en español de la página web de la Casa Blanca, que llevó a cabo el mismo día de su investidura como presidente.
El marco asimilacionista en el que Trump sitúa su lenguaje muro permite a sus defensores no verse como racistas sino como “patriotas” que defienden la unidad nacional que, según ellos, requiere el uso de una sola lengua (Hill 2008:126). Sostienen que su objetivo es que los inmigrantes aprendan la lengua para que disfruten de todas las ventajas que Estados Unidos les ofrece (Woolard 1989). Este tipo de discursos mistifican la falsa creencia de que la capacidad de hablar “bien” una lengua depende únicamente de la voluntad del individuo para lograrlo, y con ello justifican la estratificación social, construyendo jerarquías lingüísticas que aparentan ser democráticamente accesibles (Heller y Duchêne 2012).
A pesar de su postura, el presidente Donald Trump sí ha utilizado el español en escasas y polémicas situaciones como parte de su lenguaje muro. En el caso de su declaración “there are some bad hombres here and we are going to get them out”, hemos observado que a través de la indexicalidad indirecta el mensaje apela a un imaginario racista sobre los hombres hispanohablantes[vi] que están en Estados Unidos. Si bien la población hispanohablante se auto adscribe en diferentes categorías raciales, a través de comentarios como este Trump unifica a esta diversa comunidad en una sola categoría racial construida a partir de la lengua que hablan. Trump edifica así su muro lingüístico entre ellos y los “otros”; unos “otros” dentro de las fronteras, definidos como ajenos y enemigos. El oyente erige el significado de este lenguaje muro sobre los estereotipos xenófobos que ya conoce: los latinos como criminales; la masculinidad latina como violenta (Mendible 2007).
Un año después, Donald Trump, ya como presidente en funciones, compareció públicamente tras la devastación de Puerto Rico por el huracán María en septiembre de 2017. El escenario: una crisis humanitaria en la isla destruida por el huracán y una crisis política tras la polémica respuesta del presidente a la tragedia: acusaciones a Puerto Rico sobre su estatus económico, escasa ayuda enviada al territorio, peleas por Twitter con la alcaldesa de la capital puertorriqueña y lanzamiento de rollos de papel higiénico a la población durante su visita a la isla. En plena controversia y solo unos días después de la destrucción del huracán, en esa comparecencia Donald Trump pronunció en un tono paródico[vii] tres veces seguidas “Puerto Rico” con un exagerado acento español.
Este tipo de pronunciación exagerada y caricaturesca de una palabra en español es una estrategia llamada “español paródico” (Mock Spanish) (Hill 1999,2008), que consiste en una apropiación burlesca del español por parte de la población blanca anglohablante de Estados Unidos que el hablante emprende con el fin de reforzar su propia identidad mostrándose como una persona cosmopolita y divertida (Hill 1999). Mientras que los hablantes que utilizan el “español paródico” negarían su carácter racista y de hecho lo considerarían reflejo de su mentalidad abierta (Barret 2006:165), se trata en realidad de un discurso racista encubierto que lleva a cabo la racialización del grupo subordinado a través de indexicalidad indirecta (Hill 1999:683). Esta pronunciación exagerada en español se considera divertida cuando la realizan hablantes blancos y se condena cuando la producen los hispanos (Hill 2008), como cuando varios periodistas latinos fueron criticados por decir sus nombres con su pronunciación en español (Tanno en Hill 2008). La continua supresión del español en espacios públicos del país en paralelo a su uso con efectos cómicos sugiere la apropiación por parte de los anglohablantes blancos, entre ellos Donald Trump, de los recursos simbólicos del español, que emplean en su propio beneficio (Hill 2008).
En definitiva, una definición del lenguaje es siempre una definición de los seres humanos en el mundo (Williams en Woolard 1998), y, en este caso, analizar los usos lingüísticos racistas del presidente Donald Trump con el español revela no solo una manera de hablar, sino una determinada visión de la sociedad. Tratándose del presidente actual de los Estados Unidos, esta perspectiva no es solo un asunto personal, sino que las ideologías lingüísticas racistas que subyacen a declaraciones como estas son inseparables de las ideologías políticas sobre las que Donald Trump construye su gobierno.
En la sociedad estadounidense, donde los latinos y latinas representan a la minoría demográficamente más numerosa y económicamente más desfavorecida (US Census), este tipo de comportamientos lingüísticos cobran una importancia aún mayor, pues contribuyen a la subordinación racial de esta comunidad. En este sentido, el lenguaje de Donald Trump no solo reproduce estereotipos negativos sobre los latinos/as, sino que es un componente en la perpetuación de la desigualdad racial. Con su lenguaje muro, Trump construye barreras que quiebran, aíslan y hieren al “otro”, levantando otro tipo de muros que, aunque simbólicos, también dividen.