¿Por qué expresiones como “son cosas de niños” sirven para minimizar la violencia contra la infancia?

 “Son dichos socialmente relacionados con temas de poca importancia, inferiores, sin peso; y esto está en la raíz de la cantidad de violencia hacia la infancia, el acoso escolar, las violaciones o los suicidios”, denuncia la educadora Tania García


“Se han peleado en el recreo, pero son cosas de niños”, dice una madre a la puerta del cole. “Eso no duele, no seas quejica”, reprende el profesor a un niño que acaba de caerse. “Bueno mujer, ya se te pasará”, responde un padre cuya hija adolescente acaba de contarle un problema que a ella le agobia. Son expresiones habituales, normalizadas, que podrían agruparse bajo la idea de que las “cosas de niños” importan menos que otras. Pero, si nos paramos a pensarlo, este tipo de expresiones minimizan las vivencias de la infancia e, incluso, pueden llegar a obviar la violencia ejercida contra niños, niñas y adolescentes. 

Según datos del Ministerio del Interior, en 2021 se presentaron 55.354 denuncias que tenían como víctima a una niña, niño o adolescente. Ese mismo año, el Registro Unificado de Maltrato Infantil registró 21.521 notificaciones de violencia sobre menores. Ambos datos se encuentran en tendencia ascendente con respecto a años anteriores, tal y como recoge el documento de propuestas que elabora la Plataforma de Infancia. 

Esta plataforma, que agrupa a 70 organizaciones de infancia, lleva más de 25 años trabajando para proteger los derechos de los más pequeños, en el marco de la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas. Su director, Ricardo Ibarra, es contundente al hablar de la normalización de la violencia: “Es un problema que venimos analizando desde hace mucho tiempo, la gran cantidad de violencia que sufren niños y niñas. Y encima les quitamos importancia a cosas que a ellos les preocupan con este tipo de expresiones como ‘son cosas de niños’, que pueden esconder situaciones de violencia que ellos están viviendo”, explica Ibarra. 

Para Tania García, una educadora que divulga a través de redes sociales sobre el buen trato a la infancia y adolescencia, el uso de expresiones que relativizan o minimizan los temas relacionados con los más pequeños tiene que ver con un modelo de sociedad adultocentrista. “Se suele decir eso o bien para quitarle importancia a algo, o incluso para señalar que son cuestiones inferiores, como la expresión ‘no seas infantil’. Ambas son expresiones socialmente relacionadas con temas de poca importancia, sin peso. Y esto está en la raíz de la problemática social que tenemos ahora, con la cantidad de violencia hacia la infancia, el acoso escolar, las violaciones o los suicidios. Somos una sociedad adultocéntrica que se dedica a juzgar y etiquetar a niños y niñas desde una posición de abuso de poder que se carga su autoestima”, denuncia la educadora. 

La Plataforma de Infancia abordó el asunto en una de sus campañas bajo el lema “Será impensable”. “Lo que queríamos destacar es que algún día será impensable justificar la violencia hacia la infancia con un ‘son cosas de niños’. Buscamos sensibilizar a la sociedad sobre la necesidad y el deber, por ley, de acabar con la violencia hacia la infancia y la adolescencia. Queremos conseguir que los adultos no miremos para otro lado cuando algún niño o niña esté sufriendo violencia”, señala el director de la plataforma.

El foco en los adultos
También en los adultos es donde pone el foco Susana Piedra, psicóloga familiar de la Unión de Asociaciones Familiares​ (UNAF). “Debemos corregir el uso de este tipo de expresiones, porque no representan un buen ejercicio de la parentalidad positiva y pueden indicar que no hay una escucha adecuada o una verdadera empatía hacia la infancia. Usándolas, podemos justificar problemas como los diferentes tipos de violencia que sufre la infancia, ya sea entre iguales, por parte de los padres o hacia uno mismo –lo que se conoce como autolesiones–”, expone la psicóloga. Lo que hay detrás de este tipo de afirmaciones, asegura, es una “falta de competencias parentales”, aquellas capacidades y habilidades que las figuras parentales deberían tener para ejercer su rol adecuadamente.

Los expertos consultados coinciden en que se ven avances, aunque todavía quede mucho camino por recorrer. Para Ricardo Ibarra, de la Plataforma de Infancia, la entrada en vigor en 2021 de la nueva Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia frente a la violencia (LOPIVI) puede ser un punto de inflexión para que cambiemos la visión global sobre el tema. “Para que la ley consiga cambios reales en la sociedad hace falta más tiempo porque depende de muchas medidas que todavía se están desarrollando. Pero es un paso adelante importante, porque aborda todos los espacios de socialización de un niño y todo tipo de violencias de manera integral. Hay violencias que hace años estaban normalizadas, como la violencia de género, y ahora nos parecen impensables. Mientras que otras formas de violencia cotidiana hacia los niños, como un insulto o un cachete, están normalizadas, pero esto empieza a cambiar”, asegura Ibarra. 

También desde UNAF ven avances, tal y como explica Susana Piedra. “Cada vez hay una mayor sensibilización hacia este tema. Muchos hemos sido educados en este modelo, pero la ventaja es que se puede desaprender. Las competencias que vayan adquiriendo los progenitores se las transmiten a los niños, que pueden aplicarlas cuando sean mayores y tengan hijos”, apunta la psicóloga familiar.

Para Tania García, debemos avanzar en el buen trato a la infancia, ya que de lo contrario solamente se perpetúa el modelo adultocentrista. “Tenemos la violencia estructural hacia ellos tan interiorizada que el buen trato hacia la infancia es todavía una utopía. El adultocentrismo nos hace pensar que no se debe pegar a una mujer, porque es violencia, pero pegar a un niño un cachete, una torta, un tirón de orejas, un empujón… eso es educar. Y mientras sigamos con estas ideas, fracasamos como sociedad”, concluye. La alternativa, según ella, pasa por considerarlos “seres humanos iguales” y aprender a tratarlos bien, aceptándolos y defendiendo sus derechos, sin minimizar sus vivencias a través de expresiones aparentemente inofensivas como “son cosas de niños”

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