Jaume Font, @tutorporsorpresa |
Vuelve la polémica con El juego del calamar,
la serie coreana de moda que ve hasta el Tato, niños incluidos, los
mismos que se dedican a representar las escenas violentas mientras se
comen el bocata en el patio del colegio. Y venga, todos echándose las
manos a la cabeza. Que si las criaturas están a pique de enrolarse en la
legión, que si al padre que deje ver la citada serie a sus hijos
deberían quemarlo en la hoguera, que si los rombos deberían volver a
nuestras pantallas, y bla, bla, bla.
Tanta
escandalera y yo aquí, adherido al debate para constatar que nadie
suelta el móvil mientras cena con sus hijos, pero se indignan con la
sola idea de que se entretengan con una de ficción violenta. Menos mal
que tener dos ojos me tranquiliza bastante. Y si subtitulo las imágenes
con el “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” (consigna favorita de
los adultos ejemplares) se me esboza hasta la sonrisa.
Dejando
a un lado la ironía, creo que la cosa no tiene la menor trascendencia.
Solo veo una fábula distópica, un problema de censura paternalista y una
infancia posmoderna. Sobre las distopías les recomiendo a otros
especialistas (si es que me tienen dentro de esta categoría) y de la
censura les recuerdo ESTE POST,
por lo que solo me queda una cosa muy seria: la desinfantilización de
la infancia, un tema que se puede extrapolar al mundo de la Literatura
Infantil
Como
todos sabrán, el concepto de infancia ha variado a lo largo de la
historia de la humanidad y no sólo es un fenómeno natural, sobre todo en
lo que se refiere al aspecto social, lo que hoy nos ocupa en este
debate sobre espectadores y calamares. Así se definen tres tipos de
niño:
-
El niño premoderno (por ejemplo el del medievo) compartía con el adulto
actividades productivas, educativas, lúdicas y sociales, y no se
volcaban en él sentimientos diferentes a los de un adulto ni se le
velaban aspectos importantes de lo cotidiano como por ejemplo el sexo o
la muerte (lean ESTE OTRO POST).
-
El niño moderno, ese que nace a partir del siglo XVII, pasa a ser
dependiente de una crianza, sobre todo maternal (algo que Ariés en 1962
define como “mignotage”), de la escuela, un entorno educativo ad-hoc,
juega y se divierte, no participa del mundo laboral hasta estar
crecidito, solo conoce una parte de la realidad, y se le presuponen
sentimientos diferentes a los del adulto.
-
El niño posmoderno se moldea por los cambios que acontecen durante el
siglo XX y el XXI. Más independiente y solitario, gestiona parcelas de
su propia crianza, se enfrenta a sentimientos más complejos, ya no juega
ni se divierte de la misma manera, sigue sin trabajar, se forma de
manera perpetua y tiene toda la realidad a su alcance (pueden echar un
ojo a los trabajos de Postman o Nadorowski).
Edward Gorey
Sí,
amigos, la inocencia, la necesidad de cuidado o la fragilidad, ya no
sostienen al niño. Los cambios en la institución familiar, la
incorporación de la mujer al mundo laboral, la estructura tentacular de
la escuela como medio de poder estatal y familiar, los avances
tecnológicos, el libre acceso a la información, la omnipresencia de las
redes sociales en lo cotidiano, o la disfuncionalidad en las relaciones
humanas, han propiciado un nuevo escenario para el desarrollo de niños
diferentes a los que conocíamos.
Fíjense.
Somos tan buena gente y estamos tan preocupados por ellos, que queremos
darles clases magistrales sobre identidad de género, ecologismo,
consentimiento, racismo, inteligencia emocional y hasta de indigenismo,
pero eso sí ¡Nada de violencia, sexo, drogas o punk! (sobre todo si es
explícito, que algunos no saben leer entre líneas). ¡Uy qué lío!
¡Benditas paradojas! Tanta moral, tanta doctrina, tanta corrección
política, tanta hostia. Empieza bien la cosa….
Con
todo esto quiero decir que el mundo infantil y el adulto se encuentran
cada día más cercanos. Hipersexualización, consumismo, enfermedades
mentales… Las fronteras se diluyen inexorablemente porque el
proteccionismo es cada vez más difícil. Los niños son individualistas,
carecen de referentes tangibles, viven aislados real aunque no
potencialmente (¡tablets y ordenadores que no falten!), o se pasan el
día en aulas matinales y clases extraescolares. El niño actual, el
autónomo-autómata, necesita aferrarse instintivamente a su propia
supervivencia en un tiempo y espacio cada vez más hostiles para una idea
dieciochesca que poco a poco se va esfumando.
Viendo este panorama, ¿de qué quieren protegerlos? ¿De qué se extrañan? Lo raro es que no vean Funny Games, A Serbian Film, La gran bacanal o Nekromantik, películas con las que muchos de ustedes se cagarían de miedo.
“Ay,
Román, pero ayúdanos, ¿en qué quedamos? ¿Son niños los niños? ¿Queremos
que lo sigan siendo? ¿Sí o no a este juego de moluscos?” Queridos,
ustedes verán lo que hacen con sus hijos, que ya son mayorcitos. Por mi
parte, lo único que me pregunto es qué coño hacen despiertos niños de 7 y
8 años a esas horas...
*Nota: La viñeta de portada es propiedad de @tutorporsorpresa
(Jaume Font) y el resto de las ilustraciones pertenecen a reconocidas
obras de la Literatura Infantil donde la violencia también habla.
Bibliografía
Ariés, Philippe. 1987. El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen. Madrid, Taurus.
Nadorowski, Mariano. 1994. Infancia y poder. La conformación de la pedagogía moderna. Buenos Aires: Aique.
Postman, Neil. 1988. La desaparición de la niñez. Barcelona: Círculo de Lectores.
Y para los que sepan inglés, una revisión crítica de todos estos temas con bibliografía actualizada:
Meynert, Mariam. 2013. Conceptualizations of childhood, pedagogy and educational research in the postmodern: A critical interpretation. Lund University.
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