La única
patria que tiene el hombre es su infancia, escribió el poeta Rainer Maria Rilke, quien no la tuvo fácil. Miguel
Delibes abundó en la idea: “La infancia es la patria común de todos los
mortales”.
Lo que consideramos nuestra identidad, o nuestro yo, no es más que
nuestra imperfecta memoria, y nada nos ha marcado tanto como los recuerdos más
pretéritos de ese tiempo en que aprendimos a vivir. Preferimos mirar la infancia
como un tiempo feliz, sin preocupaciones y bajo un manto protector, pero para
demasiadas personas esa etapa fue un suplicio y arruinó lo que vino después. La
vida las sometió a pruebas muy duras —el maltrato o abandono por sus padres, el
abuso sexual por sus cuidadores, el acoso por sus iguales— antes de tener una
madurez mínima para hacer frente a eso. No sirve de patria la infancia de los
niños violados, de los niños criados en hogares conflictivos, de las niñas
mutiladas por una aberrante tradición, de los niños mendigos, de los niños
soldado, de los niños dejados a su suerte en una frontera.....
Ricardo de Querol.
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