No es país para niños,

La crianza y la educación son las dos cosas más importantes que hacemos como sociedad, 
pero la pandemia ha demostrado que la infancia no le importa a nadie.
Los niños no existen.

Un niño, frente a un parque infantil en Madrid
que continúa cerrado a pesar de la desescalada. / 
JOSÉ LUIS ROCA
Olga Pereda.

"No hay premios Nobel de crianza o educación, pero debería haberlos. Son las dos cosas más importantes que hacemos en nuestra sociedad. Cómo criamos y cómo educamos no solo determina qué personas serán nuestros hijos sino también la sociedad en la que vivimos"
Así lo reivindica la profesora Esther Wojcicki, revolucionaria del sistema educativo y autora de 'Cómo educar personas de éxito' (Grijalbo). La realidad es muy distinta. La infancia no le importa a nadie. La pandemia nos lo ha vuelto a demostrar.

Ni más unidos. Ni más fuertes. Ni mejores. De la batalla contra el coronavirus vamos a salir exactamente igual que entramos. Con varias lecciones aprendidas, eso sí. 
Una: la sanidad pública merece no solo aplausos sino dinero. 
Dos: la ciencia es infinitamente más importante y mejor que la política. 
Tres: los bares son los reyes de la economía. 
Y cuatro: los niños no existen.


En Europa los hijos son una cuestión de Estado
En España no. En España los hijos son de sus mamás y sus papás
Si tienes problemas la respuesta está clara: no haberlos tenido.


Gruñidos a niños y niñas

El día en el que, por fin, el Gobierno permitió paseos a los menores de 14 años, un niño salió a la calle con su hermano y su madre. Hacía tantas semanas que no respiraban aire fresco que estaban pletóricos. Cogieron unas tizas y pintaron una rayuela en la acera. Una vecina, bastante mayor, comenzó a gritarles. "Eso no se hace", les gruñó la mujer, que probablemente no sabía que la inocua tiza se va con la lluvia. En los primeros días del confinamiento, a Emma (7 años), otra vecina le dijo entre gritos que no volviera a sacar el patinete a la azotea de casa. Ya en la fase 2, a Mario (5 años) un señor muy mayor le empezó a hacer aspavientos en el supermercado porque no llevaba mascarilla (cuyo uso no es obligatorio en menores de 6 años). El anciano llevaba su mascarilla por debajo de la nariz pero la culpa de todos los males la tenía ese niño. Ese mismo crío que -tres meses después- sigue sin poder montarse en los columpios del parque. Ni ir al colegio.



El plan de desescalada analiza con bisturí la vuelta a la acción de bares, restaurantes, discotecas, verbenas y plazas de toros. La desescalada educativa existe. Pero solo sobre el papel. Y eso que el Gobierno ha anunciado 2.000 millones del fondo Covid-19 para educación. El lunes, primer día de apertura de un instituto de Madrid, poquísimos estudiantes entraron. A todos se les midió la temperatura. "Si tienes 37 te vas a casa", decían los responsables del centro a los estudiantes. Hubiera estado bien que el chaval le respondiera que fiebre es a partir de 38 grados.


¿Toman la temperatura a los clientes de los bares? ¿Les hacen limpiarse los zapatos en un felpudo con desinfectante? ¿Les tratan como si fueran apestados? ¿Está pasando en los colegios lo mismo que en las terrazas, donde a veces hay que esperar hasta dos horas para sentarse en una mesa? En un bar a las dos de la mañana ¿se respeta la distancia interpersonal, básica para combatir el coronavirus?


Una pandemia es un asunto gravísimo. Cada paso que se da para combatirla debe estar respaldado por la ciencia. Un colegio es un espacio cerrado -no al aire libre- y tiene en su interior miles y miles de personas. No es fácil acometer la desescalada. Pero tendría que ser una prioridad política y no lo es.


Esta Navidad los Reyes Magos deberían dejar bajo el árbol de la Moncloa 
un único regalo, el libro 'Por qué la infancia', de Francesco Tonucci. 
Sus argumentos son tan poderosos que la persona que lo lee 
jamás vuelve a pensar que un niño es un infraser.

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