Estos últimos días me
siento triste como docente, triste e instrumentalizada. Jamás pensé que
se cuestionarían los contenidos que trabajamos en nuestras aulas. Y
jamás pensé que ciertos contenidos de respeto y tolerancia se
considerarían adoctrinamiento.
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Lourdes Cifuentes |
Una vez más somos la
diana de acusaciones muy graves que atentan directamente contra nuestra
profesión e integridad docente. Estos días hemos sido señalados y
señaladas alegremente por, ni más ni menos, que adoctrinar al alumnado.
No sé si en esas afirmaciones tan categóricas hay desconocimiento,
torpeza o mala fe (o una mezcla de todo). Precisamente los y las
docentes apreciamos la diversidad de opiniones y, para asegurar que las
decisiones sobre charlas o talleres complementarios sean plurales no se
deciden por parte de un solo profesor; estas decisiones siempre son
consensuadas en el seno del equipo docente y se informa de ellas en un
órgano amplio en los centros educativos donde están representadas todas
las partes que, sobra decir, tienen voz: alumnado, familias y
profesorado.
Pareciera que lo que se está persiguiendo (y
consiguiendo) con este cuestionamiento es desautorizar la palabra de los
centros educativos y, a la postre, la de los y las docentes. No nos
engañemos, no es una cuestión de quién es propietario o no de nuestros
hijos e hijas, sino de la confianza que se tiene en el sistema
educativo, en los equipos docentes y en la democracia interna de los
centros.
Me resulta imposible que uno de los partidos que ve
adoctrinamiento en las aulas en la Región de Murcia sea el mismo que la
ha gobernado durante las dos últimas décadas, con una ley educativa
desarrollada por ese mismo partido que deja un amplio margen a las
Comunidades Autónomas y centros para llevar a cabo las charlas que
estimen oportunas. Si se han realizado dichas charlas y talleres es
porque hay una demanda de ellas desde la realidad de nuestro alumnado, y
eso lo sabe cualquiera que esté dentro de un aula.
Casualmente,
los contenidos que han sido señalados no son aquellos puramente
académicos, sino aquellos que tienen que ver con la parte más humana del
alumnado. Como docentes, trabajamos para que nuestro alumnado entienda
que no hay diferencias entre ellos y ellas, que no hay normalidad (la
mía) y anormalidad (la de los demás), que la normalidad es todo aquello
que elijamos, que los prejuicios personales están de más y que solo el
hecho de estar en este mundo nos convierte en personas iguales, cien por
cien respetables y cien por cien comprendidas. Los docentes buscamos
que las aulas sean espacios seguros donde nadie se sienta infravalorado,
donde nadie sienta que es menos que los demás por ninguna cuestión. Si
hay familias que prefieren crear jerarquías por orientación o identidad
sexual, por origen, por manera de ser, su lugar está entonces en los
colegios privados que diferencien a las personas atendiendo a diferentes
criterios.
Pero quizá no sea eso lo que les molesta.
Quizá lo que les molesta no son las charlas, sino que la sociedad avance
hacia un lugar que ellos detestan, les molesta que haya pluralidad y
que no todo el mundo piense como ellos, les molesta lo diferente, les
molesta no controlar el mundo plural, diverso y tolerante que les queda
por descubrir a sus hijos e hijas. No seamos ingenuos: esto no es un
debate educativo, por eso jamás hemos oído quejarse a estos partidos de
las ratios, que es una de las razones que más lastra la calidad de la
educación en las aulas. Lo que se está buscando es intoxicar los centros
educativos, el último y sagrado peldaño para cualquier sociedad que
valore su futuro. Buscan trasladar la crispación de los espacios
políticos a las aulas, buscan crear fracturas no solo entre el propio
profesorado y las AMPAS sino incluso, y lo que me parece más grave,
buscan crear una distinción entre el propio alumnado, haciendo patentes
entre ellos y ellas las diferencias que vienen de casa, “adultizando”
espacios con temas que naturalmente deberían quedar lejos de nuestras
aulas.
Pero sí, en algo tienen razón, hemos de
confesarlo. Sí, hay una guía que reina en los centros educativos: es la
de los derechos humanos. Los docentes entendemos que los derechos
humanos es ese paraguas de mínimos sobre el que construir la sociedad
del futuro. Jamás, ninguna charla o taller de ningún centro educativo
irá en contra de los derechos humanos; al contrario, fomentará que se
hagan una realidad, que nuestros alumnos y alumnas sepan que son sujetos
de los mismos por el hecho de nacer y que siempre habrá alguien que
vele por ellos.
Me da pena que el alumnado sea un
mero instrumento para causar división y usarlo como arma discursiva
electoral y que el profesorado sea señalado como verdugo. El respeto, la
diversidad y la tolerancia nunca serán ideología. Los derechos humanos
nunca serán adoctrinamiento. Y qué pena de aquella persona que piense lo
contrario.