Muchas niñas y niños mejoran sus vidas actuales y futuras a través del trabajo.
En vez de prohibir su empleo, los programas para proteger a la infancia trabajadora
deberían llevarse a cabo en función de sus intereses.
El trabajo infantil puede significar explotación, muchas horas de trabajo,
malas condiciones laborales y pocas oportunidades de progresar.
Sin embargo,
la mayor parte del trabajo hecho por menores (incluso algún trabajo clasificado como «explotación infantil»)
no es dañino y puede contribuir a su desarrollo.
Michael Bourdillon,
Vietnam. Tran Quoc Dung for the ILO/Flickr. Creative Commons. |
Las niñas y los niños imitan instintivamente las actividades de
quienes les rodean, incluso el trabajo remunerado o no que se realiza en
la familia y en la comunidad.
De esta manera, adquieren experiencia y
confianza en sí mismos, aprenden el comportamiento y los valores
culturales, y establecen su posición como parte de sus familias y
comunidades, con responsabilidades y derechos.
Crecer requiere ampliar las relaciones más allá de las que se tienen
en casa. El trabajo a menudo brinda una gama más amplia de posibilidades
que la escuela. Con frecuencia, las personas jóvenes citan las
atracciones sociales como una razón para buscar trabajos temporales o de
media jornada. En el trabajo, aprenden a comprometerse en las
relaciones con quienes les contratan y con la clientela, y a compartir
la responsabilidad. Incluso el trabajo en la calle puede ser educativo.
La experiencia laboral en la niñez y adolescencia puede contribuir a
tener un ingreso y un empleo posterior, sobre todo cuando se trata de un
oficio o una profesión. Aprender en el trabajo brinda beneficios que
las instituciones de formación profesional, con frecuencia, no ofrecen y
que pueden mitigar el desempleo juvenil. Por todo esto, el empleo de
menores no necesariamente perpetúa la pobreza u obstaculiza la
educación.
En algunas ocasiones, las personas jóvenes han comentado que el
trabajo, no así la escuela, les da un sentido de responsabilidad. En
África, los valores clave de cooperación y responsabilidad social
reciben poca atención en las escuelas, donde el único criterio de éxito
suele ser el logro académico. Para quienes tienen poca aptitud para la
escuela, el sentido de logro debe venir de otras actividades fuera de la
clase; para algunas personas viene del deporte, para muchas, del
trabajo. Así, el empleo puede ofrecer un objetivo y una esperanza a las
niñas y niños desfavorecidos, y también puede aliviar tensiones en la
casa o escuela.
En comunidades pobres, el trabajo puede pagar por la alimentación
necesaria para el desarrollo físico y cognitivo de niñas y niños. Varios
estudios han demostrado que las niñas y niños trabajadores están mejor
alimentados y más saludables que quienes no trabajan. Incuso si no se
necesita como sustento, el trabajo puede contribuir a una mejor calidad
de vida, gastos escolares y viajes fuera de sus comunidades (a estos
últimos se los califica erróneamente como trata de personas).
El trabajo de las niñas y niños ayuda a lidiar con las crisis
económicas, como cuando la persona que provee para la familia enferma o
cuando hay una mala cosecha. El orgullo de niñas y niños por su trabajo
puede mitigar traumas resultantes de estas crisis y contribuir a la
resiliencia. Trabajar en agricultura y en otras empresas familiares
puede contribuir a superar la pobreza y ser una señal de éxito
económico.
Pocos de estos beneficios son específicos de la edad. Por lo tanto,
la prohibición de trabajo a cualquier edad puede privar a las niñas y
niños de oportunidades para mejorar sus vidas en el presente y de
experiencias de aprendizaje para el futuro. Cuanto mayor es el rango de
trabajos prohibidos, más son las oportunidades que se pierden.
Las niñas y niños que trabajan, a menudo prefieren empleos que les
ofrezcan esperanza para el futuro, incluso cuando conlleven riesgos.
Estas niñas y niños comparan los beneficios con respecto a los costos.
Quienes intervienen en representación de los menores necesitan hacer lo
mismo. Los costos y beneficios varían con el contexto, en especial la
accesibilidad y la calidad de la educación, las aptitudes de
determinadas niñas o niños, las situaciones de ciertas familias y los
mercados laborales locales. Las evaluaciones específicas de cada
contexto son difíciles y se realizan a nivel local más que a través de
patrones universales. A causa de esto, las políticas para proteger a las
niñas y niños de la explotación y el trabajo nocivo buscan criterios
más simples, como una edad mínima de inserción en el mundo laboral.
Muchas intervenciones aseguran tratar sobre la protección a niñas y
niños del trabajo nocivo; pero, en la práctica, se centran en la edad
para el empleo. Estos estándares de edad mínima se han convertido en una
cuestión de fe generalizada, a pesar de la falta de evidencia de que la
edad y el empleo se correlacionan con el trabajo nocivo.
Existen muchas aristas en esta discrepancia entre la intención de
proteger a las niñas y niños del trabajo nocivo y el criterio práctico
de intervención en la edad de empleo. En comunidades pobres, la
intervención basada en patrones de edad mínima se enfoca a menudo en el
empleo en el sector formal (particularmente en industrias de
exportación), en el que usualmente se encuentran los mejores trabajos;
esta intervención ignora ampliamente el trabajo informal o no
remunerado, que pueden conllevar más explotación. Además, dichas
intervenciones no se preocupan por las condiciones laborales de las
niñas y niños mayores. Las niñas y niños despedidos del trabajo a causa
de su edad raramente terminan en una situación mejor como resultado
—aunque aquellos cuya situación se mejora en otros aspectos, a menudo
terminan haciendo menos trabajo—. Bajo el argumento de que no deberían
estar trabajando, a veces se niega el apoyo a niñas y niños más pequeños
y vulnerables que necesitan o quieren trabajar, y sus contribuciones se
rebajan a la categoría de «ayuda» que no se remunera por miedo al
estigma del trabajo infantil. En comunidades rurales, las niñas y niños
participan en todo tipo de trabajos para sus familias, pero se les
prohíbe emprender tareas benignas en plantaciones familiares orientadas a
la exportación, perdiendo así el aprendizaje que dichas tareas podrían
brindarles.
A diferencia de los programas para la abolición del «trabajo
infantil», los programas de protección podrían tener en cuenta sus
necesidades y los beneficios de su trabajo. Muchas personas empleadoras
se muestran preocupadas por sus empleadas y empleados jóvenes y están
dispuestas a mejorar las condiciones de trabajo para ofrecer un empleo
seguro, digno y que permita la escolarización. Ha habido muchos
programas escolares exitosos y flexibles que se adaptan a las niñas y
niños que trabajan. Un programa en Egipto apoyaba en la búsqueda de un
trabajo más seguro y digno con el objetivo de apartar a las niñas y
niños del trabajo nocivo y tuvo cierto éxito para aquellos mayores de 15
años (algunas empresas que temían por la respuesta de sus mercados
europeos rehusaron contratar a niñas y niños más pequeños, por lo que
algunos de ellos permanecieron en trabajos nocivos).
En América Latina, Asia y África, los trabajadores y las trabajadoras
jóvenes han recibido apoyo en la formación de sus propias
organizaciones para defender sus intereses. Además de la protección de
pares, estas organizaciones han brindado beneficios en materia de
desarrollo. Sus actividades son sensibles a las necesidades de
trabajadoras y trabajadores jóvenes. El Movimiento africano de niñez y juventud trabajadora,
por ejemplo, trata de ayudar a trabajadoras y trabajadores jóvenes
migrantes a alcanzar sus objetivos en vez de insistirles en que vuelvan a
sus casas rurales. El movimiento de niñas y niños trabajadores en
Bolivia convenció al gobierno de que corrigiera el código de menores para cumplir con las necesidades de las niñas y niños pobres, en lugar de impedirles que ganasen dinero.
Esto apunta a una forma constructiva de proteger a niñas y niños del trabajo nocivo: en lugar de sostener la mala idea de impedir que trabajen, se les apoya para garantizar que se beneficien del trabajo que hacen.
Para un debate más completo,
Muchas gracias por poner a disposición de los lectores del blog este texto, de uno de los especialistas internacionales en el estudio del trabajo de niñas y niños, que nos puede ayudar a acercarnos al tema con una mirada distinta a la otra, estereotipada, con la que se suele tratar en nuestro país.
ResponderEliminarRecomiendo de paso la lectura del artículo ¿Caminando hacia la autonomía? Significados del trabajo de los niños en Alemania https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2021320
Muchas gracias, por su comentario
EliminarEstoy de acuerdo en que los niños que trabajan no son necesariamente algo malo, pero por lo general no hay muchas regulaciones en los países del tercer mundo que hagan más común el maltrato de los niños trabajadores. Los niños son fácilmente explotados, especialmente cuando se encuentran en una posición vulnerable, como en la pobreza, por lo que se necesitan normas estrictas para garantizar la seguridad de los niños.
ResponderEliminarEs un tema complejo y delicado. Entre trabajo infantil y explotación laboral infantil puede haber poca distancia; pero abogamos por tener una visión sobre el trabajo, como tal, que pueden hacer los niños, sin que por eso sean maltratados, falten a la escuela o perjudiquen su salud.... En algunos países, incluso en España, esperar hasta los 16 años para tener derecho a un trabajo reglamentado es un poco difícil, cuando ni se quiere estudiar, y se pasan a veces más de 2 años sin ningún recorrido social integrador. No sabríamos decir qué cosa puede ser más destructurante para un adolescente, trabajar a los 14 años, o estar en los colegios por obligación y sin interés... Solo queremos abrir un debate, como lo hay ya en muchos países, en torno al trabajo infantil, una trabajo infantil, que perfectamente puede ser positivo e incluso con garantías para la satisfacción de sus derechos fundamentales; y derecho a un trabajo digno puede ser un de ellos.
ResponderEliminar