Mayte Rius.
El juego no debe ser ninguneado, porque infancia y juego son indisolubles y no pueden llevarse a cabo políticas de la infancia sin tener presente el derecho del niño al juego.
Dos investigadores españoles denuncian ante la ONU el problema del déficit de actividades lúdicas entre los niños:
la falta de interés que muestran los estados miembros a la hora de hacer realidad los derechos del niño al juego y al esparcimiento.
Durante el juego entre iguales los niños ejercitan la curiosidad, desarrollan la autonomía, se socializan y aprenden a ser ciudadanos (Photo and Co / Getty) |
Ambos académicos, miembros del Observatorio del Juego
Infantil, denunciaron ante este organismo –reunido en Ginebra–, la falta
de interés que muestran los estados miembros a la hora de hacer
realidad los derechos del niño al juego y al esparcimiento, y también
llamaron la atención sobre la laxitud del propio comité a la hora de
exigir mejoras en el cumplimiento de unos compromisos que todos los
países asumieron al firmar la convención.
Bantulà y Payà argumentaron y
avalaron sus críticas con los resultados del proyecto Siderju, del que
son investigadores principales, que ha permitido formular un sistema de
indicadores para evaluar de forma objetiva cuál es el grado de
cumplimiento del derecho del niño al juego desde que se aprobó hace casi
30 años, y el impacto de la entrada en vigor en el 2013 de la
denominada “observación general 17”, en la que se instaba a los
gobiernos a intensificar la defensa de este derecho. “En dos terceras
partes de los 111 informes que los estados remitieron al CRC entre 1992 y
2013 para explicar la situación de la infancia en su país no se hace
mención alguna al derecho al juego; pero es que en el 90% de las
observaciones del CRC a 110 de esos informes tampoco”, explica Bantulà. Y
añade que las cosas tampoco han mejorado mucho desde el 2013: el 70% de
los informes remitidos desde entonces siguen sin referirse al derecho
al juego y sólo el 27% de las respuestas del comité lo hacen.
Bantulà:
“La mayoría de estados contravienen el artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño”
Los investigadores constatan en su informe que
hay unos pocos países –Alemania, Austria, Bélgica, Canadá, Irlanda,
Países Bajos, Suecia o Reino Unido– con buenas prácticas sobre el juego
infantil, pero la mayoría contraviene la obligación de cumplir el
artículo 31. Subrayan que es común olvidar las políticas lúdicas en las
políticas públicas sobre la infancia, así que la promoción del juego
–tanto en lo que se refiere a espacios como a tiempo, materiales y
compañeros– carece de medidas legislativas y financieras en la mayoría
de países.
Los indicadores del proyecto Siderju muestran avances
del juego en el ámbito escolar –aunque todavía se le atribuye poca
importancia en los planes educativos–, pero evidencian que se le concede
escasa relevancia en el ámbito familiar. “Una sociedad en la que se
busca utilidad a todo, en la que todo lo que uno hace debe servir para
algo, es evidente que no propicia el juego ni espacios para que los
niños jueguen”, apunta Imma Marín, pedagoga y fundadora de Marinva.
Petra M. Pérez, experta en educación y también miembro
del Observatorio del Juego Infantil, subraya que el problema es que el
juego se considera “el lujo de los derechos del niño”, de modo que en
países donde los menores tienen carencias importantes de escolarización,
vivienda o alimentación, ni se plantean proteger el juego, porque
además consideran que los niños ya juegan de forma natural. “Y en los
países avanzados, el juego se da por supuesto porque los niños están
rodeados de juguetes y los padres no ven necesidad de más, piensan que
ya ‘pierden’ mucho tiempo, aunque la cuestión relevante es que tengan
espacios, tiempo y niños con quien jugar”, afirma Pérez.
Pérez:
“No se trata de estar rodeados de juguetes; lo relevante es tener espacios, tiempo y niños con quien jugar”
Bantulà admite que preocuparse por el juego puede
parecer un lujo cuando en muchos lugares los niños son víctimas de
guerras, desnutrición, violencia o maltrato, “pero precisamente es en
situaciones de vulnerabilidad cuando tiene más sentido proteger ese
derecho, por ejemplo previendo actividades lúdicas en los campos de
refugiados”.
Pedagogos y pediatras no dejan de
advertir que los niños de hoy tienen un déficit de juego, sobre todo de
juego espontáneo y al aire libre, y que eso lastra su desarrollo y
afecta a su salud física y mental actual y futura. “La sociedad no
termina de entender que el juego no es para que disfruten –aunque la
diversión vaya implícita en él– sino para que crezcan sanos, porque
mientras juegas estás aprendiendo, te estás desarrollando como persona,
ejercitando la curiosidad, la autonomía, consolidando la autoestima,
tomando decisiones, formando el carácter y aprendiendo unos valores que
necesitan para la sociedad líquida en que vivimos”, señala Marín. Y
Pérez enfatiza que ese desarrollo de la autonomía personal que
proporciona el juego espontáneo también sirve para que los niños se
socialicen, desarrollen una conducta prosocial y aprendan a ser
ciudadanos.
Bantulà subraya que para
recuperar este juego hace falta la implicación de las administraciones.
“Pero no basta con que las ciudades diseñen más plazas con parques
infantiles; hace falta un plan más holístico, que tenga en cuenta el
tiempo de juego y los compañeros de juego, pero también el problema de
los horarios laborales y de la conciliación”, reflexiona. Pero los
expertos admiten que para diseñar este tipo de planes y medidas
realmente efectivas primero hace falta objetivar y conoce bien cuál es
la realidad del juego infantil, porque apenas hay indicadores sobre esta
actividad. De ahí el interés que despierta el proyecto Siderju, y el
sistema de indicadores que promueve, de cara a que los responsables de
velar por las políticas de infancia puedan tener una radiografía
realista y diagnosticar el estado del derecho al juego en el ámbito
donde tengan responsabilidad.
Las claves del declive
Sobreprotección. La mejor manera de arruinar el
juego infantil, según los expertos, es que los adultos supervisen,
halaguen o intervengan. Y eso es lo que hacen hoy un gran número de
padres.
Falta de tiempo.
Las extensas jornadas escolares y extraescolares que rigen las
agendas infantiles para ajustar sus horarios con los de sus padres
apenas dejan tiempo para el juego libre.
Tecnología. El móvil y demás gadgets tecnológicos
colonizan el juego en casa y en los patios escolares, y consumen gran
parte del escaso tiempo libre que tienen.
Urbanismo. En las ciudades, fuera de parques y zonas de recreo (que no siempre invitan al juego creativo), los niños molestan.
Inseguridad. Atropellos, drogas, agresiones… Son
muchos los riesgos que amenazan la integridad de los niños en unas
ciudades despersonalizadas donde a menudo no se conoce ni a los vecinos y
donde los amigos de escuela a menudo no viven cerca.
Demografía. Cada vez hay menos niños en casa, en
la familia, en los edificios, en los barrios y en los pueblos, y por
tanto son menos las oportunidades de encontrar compañeros de juego en el
vecindario, en los parques y en las reuniones familiares.
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