Vivimos en un mundo móvil,
globalizado y fuertemente mediado por la tecnología digital.
¿Estamos
preparados como sociedad para ayudar las generaciones más jóvenes a
vivir en él, a afrontar los retos que la virtualización les presenta?
¿Debemos evitar el contacto de los niños y niñas con la tecnología como
parece ser la última moda entre las familias de los ingenieros de
Silicon Valley o iniciarles en el lenguaje de programación para que no
se queden fuera de la ola digital?.
Todos los informes sobre prospectiva del futuro nos dicen que más de la mitad de los empleos que hoy conocemos desaparecerán
en unos años superados por la robótica de unas máquinas que se
encargarán de liberarnos de tareas rutinarias. Lo que no está tan claro
es por qué tipo de profesiones serán sustituidos, pero al menos parece
evidente que serán los niños y niñas de hoy quienes estén llamados a
decidir ese rumbo.
En las visiones sobre la tecnología del
futuro nos encontramos habitualmente con dos posturas enfrentadas: desde
las más distópicas que nos despiertan los miedos más viscerales, a las
más utópicas que nos envuelven con su magia acrítica.
Los medios de comunicación no parecen ayudar a poner un poco de sentido común en todo este desconcierto. Así vemos una noticia sobre el daño cognitivo que pueden causar las pantallas a los menores y otra que la contradice, un niño español que aprendió a programar con 6 años y una ley en Francia que quiere prohibir los móviles en los colegios.
Si llegamos a la sección de deportes, entonces veremos un buen número
de jugadores cuya camiseta luce publicidad de juegos online mientras
otra noticia nos dice cómo están creciendo las casas de apuestas en los barrios más pobres y con ello también la ludopatía en los más jóvenes.
¿Con cuál quedarnos?
Durante mucho tiempo, y aún persiste, se
ha vivido bajo el paradigma de la exposición, como ya ocurriera con el
mismo dilema frente a la fascinación que ejercía la televisión en los
años 70. De hecho una de las preguntas recurrentes de las
familias es saber cuántas horas máximas debe estar un menor frente a la
pantalla para evitar daños en su salud y evitar el riesgo de adicción.
Pues bien, este tipo de aproximaciones
cuantitativas no son la receta para curar la angustia digital que nos
pueda generar el futuro incierto de nuestros hijos. Ni cuánto tiempo de
pantalla ni a qué edad darle su primer móvil. Debemos empezar a dejar de obsesionarnos con el cuánto y empezar a trabajar en el cómo.
Así lo recomiendan desde hace tiempo grandes referentes de la
investigación en estos temas como Mimi Ito desde EE.UU. o Sonia
Livingstone y Alicia Blum-Ross desde Inglaterra. Todas ellas nos llaman
la atención sobre la importancia de asumir una actitud ponderada, lejos
de los perfiles de abrazo y rechazo más extremos, para asumir y
potenciar la tecnología digital desde usos críticos y creativos.
En concreto, Mimi Ito habla de que los padres deberían convertirse en “héroes digitales” para sus hijos actuando como modelos para normalizar y, a la vez, cuestionar las prácticas digitales.
Entre otras recomendaciones, destaca la disposición de una mayor
empatía frente a la hipocresía de condenar a nuestros hijos por algo que
nos ven hacer a nosotros, la disposición y negociación de rutinas
dentro del espacio familiar por encima de las normas rígidas y la
apertura hacia el disfrute en el uso creativo de la tecnología frente a
la autopercepción de culpabilidad en la crianza de los hijos. De esta
forma se pretende abrir un diálogo fructífero de aprendizaje mutuo en lugar de imponer y generar rechazo.
Por su parte, Livingstone y Blum-Rose nos
dicen que en lugar de Cantidad hay que enfocarse en el Contexto (dónde,
cuándo y cómo se accede al contenido), el Contenido (qué es lo que se
está viendo o usando) y las Conexiones (qué relaciones se establecen o
no y cómo se están facilitando o impidiendo otras). En otras palabras, es
más pernicioso que un niño esté 1 hora a su suerte con un tablet, que 3
horas acompañado de un adulto que actúa de mediador en un
aprendizaje/entretenimiento más fructífero.
¿Qué sucede con la Escuela, cómo puede afrontar este reto?
La Escuela no es ajena a la esquizofrenia social que hemos señalado tanto a nivel mediático como a nivel doméstico.
Si por un lado volcamos sobre ella las esperanzas de formar a la nueva
generación digital, por otro nos encontramos con paradojas como son las
llamadas a la prohibición de los dispositivos móviles (cuando,
recordemos, con 15 años ya tienen uno propio y con 10 años el 25% también).
Esto acaba provocando una situación de parálisis, cuando no también de
rechazo, ante los riesgos del mal uso de la tecnología.
Nunca es tarde, sino más urgente si cabe,
seguir reclamando una mirada más global y empoderada sobre la
tecnología, huyendo de concebirla como una mera herramienta y pasar a
considerarla como parte de un ecosistema más complejo. Este enfoque
parte de los principios de la Educación en medios o Media Literacy
aplicada al entorno digital (también llamada “Alfabetización Transmedia“). Inspirados en teóricos y precursores como Paulo Freire, entre otros, podemos abordar el entorno mediático digital con el objetivo de formar consumidores críticos pero también productores creativos
en un proceso iterativo que trabaje constantemente tanto el análisis
como la práctica. Esto nos permite adentrarnos en el mundo digital
conociendo sus lenguajes, sus códigos y sus técnicas para ser capaces de
generar una distancia emocional del mismo y tomar decisiones más
informadas. De igual forma, deberemos ser capaces de generar discursos y
prácticas situadas en el contexto aprovechando las oportunidades que
nos brindan los nuevos medios.
Una buena forma de estructurar esta aproximación es partir de las motivaciones que guían el uso digital y desvelar sus mecanismos
con ejemplos cercanos a los intereses de los jóvenes para que
incorporen herramientas de pensamiento crítico y de expresión creativa.
Por ejemplo: ¿Por qué cuando visitamos una web o pulsamos en un anuncio,
este nos persigue allá donde naveguemos? ¿Qué papel juegan los algoritmos en la imagen del mundo que recibimos en nuestro perfil social? ¿Cómo distinguir a un presentador real de su avatar creado por Inteligencia Artificial? ¿Cuáles son las mecánicas de los videojuegos que hacen que resulten tan adictivos?
Desde el plano creativo, hay mucho también por hacer y, lo que es más importante, aprender con nuestros alumnos.
¿Por qué no participar en una liga escolar de eSports liderada desde
ámbitos educativos y no meramente comerciales?¿Cómo diseñar una campaña
para exigir un mejor etiquetado en la alimentación?¿Por qué no aplicar
técnicas de gamificación al aprendizaje? ¿Cómo crear una estrategia en
Instagram para promover la belleza real?
Para ello es clave que el profesorado no
se sienta solo en este desafío, sino que comparta ansiedades y
establezca relaciones en comunidad (alumnos, profesores y familias) y
que se lance a experimentar sin miedo al fracaso anteponiendo el proceso
sobre el resultado y disfrutando de la cultura digital: conociendo sus límites y aprovechando sus oportunidades.
* Tíscar Lara
es Directora de Comunicación de la Escuela de Organización Industrial.
Como periodista y profesora especializada en cultura digital tiene 20
años de experiencia en el uso crítico y creativo de la tecnología
aplicada al aprendizaje. Ha sido distinguida como una de LasTOP100
Mujeres en España, además de Visiting Scholar en la Universidad de
Harvard y Special Reader en la Universidad de Los Ángeles. Actualmente
se enfrenta al mayor reto de su vida: acompañar a su hija en el
apasionante desafío del mundo digital.
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