"¿Cómo pueden decir las grandes multinacionales
que no saben que hay niños trabajando,
si pueden saber hasta que está mal puesto un botón?".
Los productos hechos por esclavos deberían ser como las drogas.
No se deberían importar, no debería permitirse venderlo.
Nadie debería comprar eso, debería ser ilegal.
Entrevista a Ehsan Ullah Khan, activista pakistaní
que lleva 50
años luchando contra la explotación laboral de adultos y menores
en
países empobrecidos-
El activista participó
en la liberación de Iqbal Masih,
un niño esclavo pakistaní que se
convirtió,
tras su asesinato en 1995, en un icono mundial contra la
explotación.
Iqbal Masih, su asesinato en 1995 lo convirtió
en un símbolo mundial contra la explotación infantil-
El activista Ehsan Ullah Khan durante su visita a Madrid. David Conde |
Ataviado con su característica
túnica blanca, Ehsan Ullah Khan recorre una de las principales calles
comerciales de Madrid. Se pasa las horas observando la ropa en las
tiendas, mirando con detenimiento los precios en sus etiquetas, los
'Made in'. Denunciar lo que a veces hay detrás de esos trozos de cartón
es parte de la lucha que desde hace medio siglo lleva a sus espaldas:
que no haya, en ninguna parte, ninguna persona trabajando en condiciones
de esclavitud.
A sus 70 años, este activista y
periodista de origen pakistaní sigue tan firme en su convencimiento como
el día en que empezó. Lo demuestran su serenidad y su contundencia al
hablar. La misma por la que ha recibido amenazas y por la que ha sido
encarcelado en varias ocasiones. Hoy vive exiliado en Suecia.
Ullah ha visitado España para presentar la plataforma Dignitex, formada por varias asociaciones internacionales que luchan
contra la explotación en la cadena textil. Entre ellas está Frente
Global de Liberación del Trabajo Forzado, fundado en 1988 por el
activista. Pero el primer paso lo dio 20 años antes, cuando puso en
marcha una organización para ayudar a los trabajadores de las fábricas
de ladrillos, uno de los focos de trabajo esclavo en Pakistán.
Otro era la industria de las alfombras. A uno de sus telares llevaba
años encadenado el pequeño Iqbal Masih cuando logró escapar de la
esclavitud gracias a la ayuda de Ullah. Iqbal Masih, su asesinato en 1995 lo
convirtió en un símbolo mundial contra la explotación infantil. Tenía 12
años. Hoy, 2 46 millones de niños y niñas como Iqbal siguen siendo víctimas del trabajo infantil, según Unicef.
¿Qué le trae a España?
La sociedad española está olvidando el mensaje de Jesús de que los
niños deben ser amados. Actualmente, en el mercado español, por todas
partes, hay productos hechos por niños esclavos. Se venden en las
calles, en las tiendas... particularmente en las grandes tiendas de
ropa.
Esto viola las leyes internacionales. Intento
que la sociedad, así como las multinacionales, se replanteen el mensaje
de Jesús. El Papa Francisco ha repetido también que los niños deberían
ser liberados de todo tipo de explotación. Yo quiero que esto se haga
realidad.
Lo ha mencionado. ¿Cuál es la responsabilidad de las empresas europeas y españolas en esta explotación que usted denuncia?
La industria textil, la segunda más potente del mundo detrás de la de
las armas, está muy implicada en la esclavitud. Se van a producir una
camiseta a un país empobrecido donde la situación económica y la de los
niños es peor. Muchos de estos países se han visto afectados por la
guerra.
Las grandes compañías como Mango o Inditex
quieren producir una prenda de ropa. En un sitio compran el algodón,
como Egipto, Etiopía o Pakistán. Van a teñir ese algodón a otro país. Lo
hilan en otro, como India. En otro lugar se elabora la prenda. Y luego
van a China. Es un sistema muy organizado, controlado por empresas que
explotan a muchas personas, sobre todo mujeres y niños, en enormes
partes del mundo.
Se produce un enorme abismo entre
los países que compran y los que producen. A veces, para fabricar una
prenda no se gastan más de 5 o 10 euros, y pueden venderla por más de
100 euros. Esto pone en peligro la paz en el mundo. Por eso viajo. No
tengo una manía especial contra ninguna multinacional en concreto. No es
un problema de que a mí me gusten o no, solo sigo unos principios.
Las compañías suelen atribuir estos abusos a los proveedores locales con los que trabajan.
A veces, esta es una propaganda maliciosa de las multinacionales.
Intentan confundirnos con este tipo de mensajes. Si un productor en
China comete un pequeño error cosiendo un trozo del bolsillo de una
camisa, o pone un botón más arriba de la cuenta, ya no quieren que
produzcan sus prendas.
Hoy todo se puede controlar
por Internet. Están vigilando el proceso desde América, desde España,
desde donde sea. La gente está sentada en sus oficinas con sus móviles y
si quieren, pueden perfectamente controlar esto. ¿Cómo pueden decir que
no saben que hay niños trabajando, si pueden saber hasta que está mal
puesto un botón?
Tenemos que cambiar el sistema. Se
está pagando nada, o menos de un dólar, a niños esclavos. Dos dólares a
las mujeres jóvenes. Esto es esclavitud también. Si se empiezan a pagar
cinco dólares, las cosas serán mejor. El consumidor no lo va a notar. Si
compran una prenda de ropa, en vez de 30 euros puedes pagar 34. El
beneficio de estas empresas es muy grande.
Mujeres en una fábrica textil de Phnom Penh, la capital de Camboya / © Samer Muscati/Human Rights Watch |
A menudo se defiende que estos niños se ven empujados a trabajar porque son un sustento para sus familias.
Muchas veces, cuando los niños están trabajando, los adultos están en
el paro o están siendo muy mal pagados. Si los niños van a la escuela,
los adultos tendrán que ir a producir a las fábricas. A veces dicen que
si estos niños no trabajan, sus padres morirán. También es propaganda.
Ellos [las empresas] dicen que, en general, los niños están en el
mercado local, y que hay un pequeñísimo porcentaje que trabaja para
grandes multinacionales. Esto no es verdad. Cuando una multinacional va a
estos países marca un modelo de producción basado en la explotación.
Los políticos se corrompen en la relación con estas grandes
multinacionales y empieza todo un sistema que contagia a las industrias
locales.
En los noventa empezamos una campaña contra
la esclavitud en la producción de alfombras. Decían lo mismo: "Los niños
tienen que trabajar ahí porque tienen unos deditos muy pequeños que son
perfectos para tejer". No era verdad. Introdujimos una marca libre de
trabajo esclavo y ahora trabajan los adultos. Sigue habiendo problemas,
pero un 40% está libre de explotación infantil. Son propagandas,
todo. Como cuando decían que los negros tenían que ser esclavos porque
no sabían hacer otra cosa. Siempre hay una justificación para la
esclavitud.
También hay
quienes sostienen que las condiciones laborales tienen que ver con el
propio nivel de vida de los países productores.
Cuando hablamos de los derechos de los trabajadores, hay convenciones
internacionales por las que nos podemos guiar. Existen, pero no las
siguen. Después del asesinato de Iqbal, introdujeron el sistema de
responsabilidad social de las empresas. En los libros está muy bien:
proteger el medio ambiente, los derechos de los trabajadores, mínimos
salariales… Pero no lo respetan.
Se traen auditorías,
que muchas veces están hechas desde los deseos de la multinacional:
escogen al auditor, les pagan, incluso diseñan las preguntas. Van, hacen
el informe, destacan dos o tres defectos que hay que cambiar, y ya
está. Apple, por ejemplo, empieza la explotación desde Congo, donde
extraen el oro y el coltán. Desde allí lo llevan a China, a Foxconn, su
proveedor. Allí, en el pasado, varias mujeres se suicidaron porque no
soportaban las condiciones. Los informes que encarga Apple no dicen nada
de esto, solo mencionan un par de problemas. Eso es hacer trampa.
¿Qué pueden hacer los Gobiernos? El Parlamento europeo pidió hace un año
adoptar una legislación que obligase a las empresas del sector textil a
controlar el respeto de los derechos humanos en toda su cadena de
producción, pero aún no se ha movido ficha.
Es una declaración muy interesante pero se debe llevar a cabo. Los
productos hechos por esclavos deberían ser como las drogas. No se
deberían importar, no debería permitirse venderlo. Nadie debería comprar
eso, debería ser ilegal. Si compro una droga ilegal, cuando lo paso en
la frontera me van a detener. Y si se lo vendo a alguien, también va a
ser arrestado. Es muy fácil.
A los manteros, en
España, no se les permite vender. ¿Por qué la ley persigue a quienes no
tienen permiso para vender pero no persigue estas ventas de productos
hechos por esclavos? La ley debería ser igual para todos. Los
europeos deberían presionar los Gobiernos para que investiguen en serio,
no solo donde se produce, sino el sistema en cadena de explotación.
Deberíamos exigirles que certifiquen que sus prendas están libres de
esclavitud. Esto sería un paso.
Usted ha participado en la liberación de miles de adultos y niños esclavos, entre ellos Iqbal Masih. ¿Qué recuerdo tiene de él?
Deberíamos mostrar nuestro enorme respeto a Iqbal. Cuando fue
asesinado, el 16 de abril de 1995, su voz contra la esclavitud se
expandió mundialmente en pocas horas. Fue tan fuerte que continúa. La
Universidad de Salamanca, por ejemplo, dedica el 16 abril al Día libre
de esclavitud. Otras como Burgos, o Alicante, se han comprometido.
Iqbal era un niño hermoso, muy agradable. Le conocí durante un mitin en
1992. Vi a un niño sentado, escondido. Por mi experiencia, intuí que
quería decir algo, pero no se atrevía. Le senté junto a mí, hablé con
él. Al rato, me contó su situación. Al principio no se atrevía, pero
terminó contándoselo a otros niños.
Para mí, el
camino para la liberación es que la víctima se levante y se vuelva más
poderosa. Tu cuerpo puede ser libre, pero no tu mente. La víctima tiene
que poder ponerse en pie y esto tiene que ver con la educación. Los
países, el mundo en general debería fabricar más bolígrafos que armas.
Ahora que vengo tanto a España, mi deseo es que la gente, los
estudiantes jóvenes, los consumidores, entiendan que estamos colaborando
a la esclavitud, que nosotros mismos somos esclavos cuando compramos
cosas hechas por esclavos. Cuanto más compras, más apoyas la máquina de
la esclavitud. Tenemos que pararlo.
Su activismo le ha costado varias amenazas, la cárcel y un exilio. ¿Cuál es su situación ahora?
Desde que empecé, adopté dos principios: nunca seré violento en mi
lucha y no quiero venganza. Si alguien intenta matarme o hacerme daño,
no voy a darle importancia. No quiero reconocimientos. Eso no me
importa. He sido amenazado en Suecia varias veces por teléfono. Incluso
el jefe de una gran multinacional me llamó.
He estado
12 veces en la cárcel. Me han hecho tortura eléctrica, con agua… Esto
es parte del juego. Soy musulmán, pero suelo llevar un símbolo [saca un
rosario blanco y lo sostiene en las manos]. Jesús fue crucificado por
los derechos de otros. Esta lucha debe continuar.
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