Mirar al pasado y comprender cómo fue nuestra infancia
es un paso fundamental para tomar conciencia
sobre cómo esta etapa tan importante de nuestra vida
está influyendo en lo que ahora somos.
Hoy os quiero recomendar un libro que aborda este tema con sensibilidad y mucho respeto hacia la naturaleza de la infancia.
En “Dar voz al niño” su autora, Yvonne Laborda, ayuda a describir con palabras los sentimientos y comportamientos que muchas veces tenemos y que generan malestar emocional tanto a los adultos como a los niños y niñas a los que acompañamos.
Os dejo con algunas de las ideas clave que comparte Yvonne en su obra y que me parecen de un gran valor:
- Cada niño es un ser maravilloso, único y especial y cuando nacen están conectados con su ser esencial. Es a nosotros a los que nos cuesta aceptarles tal y como son en nuestro mundo de adultos. Sentimos la necesidad de corregirles y moldearles para que “encajen” en el modelo socialmente establecido.
- Estar presentes es fundamental. No es simplemente acompañar o compartir un espacio, es estar con toda nuestra atención, con los cinco sentidos. Los niños y niñas necesitan ser vistos, escuchados, tenidos en cuenta, amados y aceptados sin condiciones. Tienen una necesidad legítima de atención genuina y exclusiva.
- Los niños son expertos del sentir. Es importante poner en palabras y traducir lo que cada niño siente o necesita. Lo que más frustra al niño no es el hecho de no poder obtener lo que necesita, si no el ver y sentir que no son comprendidos, que su sentir no es considerado correcto por el adulto de referencia que le acompaña y que son obligados, de una forma más o menos sutil, a reprimir sus verdaderas emociones. Cuando algo nos afecta emocionalmente es legítimo expresarlo. A mayor empatía y respeto, mayor cooperación.
- ¿Qué significa portarse bien? este concepto es muy arbitrario porque para cada adulto significa una cosa diferente pero en definitiva es conseguir que el niño haga lo que el adulto quiere y necesita, forzándoles a inhibir sus comportamientos y respuestas naturales con el fin de agradarnos y “merecer” nuestro amor y atención.
- El principal motivo por el cual no nos es posible dar voz a los niños es porque en nuestra infancia nosotros tuvimos muy poca o ninguna voz en los temas que nos afectaban directamente. Ahora les preguntamos más que antes pero no siempre estamos dispuestos a tener en cuenta su opinión ya que solemos considerar que lo que quieren o prefieren no es lo mejor para ellos.
- Todos hemos recibido mensajes sutiles de cómo teníamos que ser, cómo nos teníamos que comportar, qué podíamos o no decir y cuándo. Y para tener el reconocimiento, la aceptación o la atención de nuestros padres o profesores, hacíamos lo que ellos esperaban de nosotros. Entonces es cuando empezamos a dejar de ser nosotros mismos por miedo a ser rechazados, no tenidos en cuenta o no queridos tal y como éramos. Los adultos al final nos pasamos media vida buscándonos a nosotros mismos y componiéndonos para ser quienes realmente queremos ser.
- El presente con los niños está en nuestras manos por eso podemos aprender a interaccionar con ellos de una forma más amorosa y armoniosa. Tenemos la capacidad de elegir cómo queremos relacionarnos y de buscar la ayuda que necesitemos para aprender a educar de manera consciente, desde la aceptación y el respeto.
La forma en la que vivimos nuestra infancia y fuimos educados
trasciende a nuestra vida actual por eso es tan importante realizar un
trabajo de indagación personal profundo
que nos ayude a reconciliarnos con nuestro pasado y nos libere del
rencor, de las emociones reprimidas y de los comportamientos automáticos
aprendidos que nos limitan y que dificultan nuestra relación con los
niños y niñas. Buscar la ayuda que cada uno necesita, en forma de
lectura, formación, terapia…, es fundamental para poder entenderles,
acompañarles y sentirles mejor.
Incorporar algunos de estos principios y otros tantos que nos proponen diferentes autores de referencia en el ámbito de la educación consciente y respetuosa,
requiere de un proceso que no está exento de limitaciones ya que lo que
no se ha mamado y aprendido desde la experiencia personal cuesta
cambiarlo. Nuestra forma de pensar y actuar no siempre van de la mano y
es importante reconocer que el proceso llevará tiempo, quizá incluso
generaciones, pero es fundamental ser pacientes y mantener nuestra
firme voluntad de querer cambiar aquellos aspectos que no nos
identifican con el educador o educadora que queremos ser y que los niños
y niñas necesitan.
(Las Vacaciones)
La desconexión física y mental de la labor educativa, en el ámbito familiar y/o profesional, es fundamental para tomar distancia y reflexionar sobre aquellos aspectos que deseamos cambiar.
Y es que acompañar a los niños y niñas en su proceso educativo es una experiencia apasionante pero tremendamente compleja y agotadora.
En algún momento de nuestro camino los educadores identificamos que arrastramos ciertas creencias y actitudes que nos limitan, que nos impiden conectar emocionalmente y relacionarnos con armonía y equilibrio con los niños y niñas. Sentimos la necesidad de reflexionar sobre aquellos patrones de comportamiento que tenemos casi casi grabados a fuego desde que éramos niños y que nos alejan del educador o educadora que realmente queremos ser y que los niños y niñas necesitan.
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