Patricia Díaz,
psicóloga infanto-juvenil.
Uno de los problemas más habituales que nos encontramos los adultos a la hora de comunicar o explicar la muerte a los niños tiene que ver con las preguntas que hacen estos sobre detalles o aspectos que consideran relevantes y que, en ocasiones, el adulto se ve incapaz de resolver.
Dado el elevado número de consultas que recibimos acerca de estas cuestiones, hoy abordaremos cómo responder a las preguntas concretas que suelen hacer los niños y resolveremos otras dudas comunes que les surgen a los adultos en estas situaciones.
“¿Dónde está?”
Si el niño nos hace esta pregunta sobre la persona fallecida, es porque aún no tiene claro que en la muerte se produce una interrupción definitiva de las funciones vitales y que es irreversible.
Podemos iniciar nuestra respuesta con: “Verás, no sé exactamente dónde está, lo que a mí me gusta pensar es que…”
y entonces le explicamos que nos gusta pensar que está en el cielo y le
describimos cómo lo imaginamos, o en un lugar mejor, y le explicamos
las características que nos imaginemos. Es muy importante dejarle claro que eso que nos imaginamos tiene que ver con su recuerdo.
“¿Cuándo vuelve?”
Esta pregunta está relacionada igualmente con el hecho de que los niños piensan que la muerte es un estado temporal, que no es definitiva. Hay que aclararles precisamente que la persona que ha fallecido no va a volver, que quien fallece no regresa nunca. Podemos decirle: “Cariño,
a mí también me gustaría que fuera posible, pero cuando alguien se
muere no puede volver, así que aunque lo deseemos mucho no vamos a
volver a verle”.
“¿Cómo se sube al cielo?”
Hay que tener en cuenta que el concepto que tienen los niños sobre el cielo es literal,
es decir, no es como el concepto abstracto que manejan los adultos. Por
este motivo, hay que aclararles que no se puede subir, ya que no
hacemos referencia al cielo por el que vuelan los aviones, sino que es un lugar en el que a nosotros nos gusta recordar al fallecido:
un lugar que está en nuestra imaginación, en nuestro recuerdo, que no
está arriba ni abajo, nadie sabe dónde está, sino que es el modo que
tenemos de referirnos al lugar donde nos gustaría que estuviera o donde
nos gustaría recordar al fallecido.
Llegados a este punto podemos
preguntarle en qué lugar quieren recordar al fallecido, dónde creen que
se sentía feliz y, con lo que nos digan, les devolvemos que seguramente
ese será su cielo y comprobaremos si esa idea más abstracta del cielo les deja tranquilos o no.
“¿Por qué no me contesta?”
A veces caemos en el error de decirle al niño que puede hablar con el fallecido,
que puede contarle sus cosas. El niño entonces entiende que habrá
respuesta, ya que sería lo esperable. Además, cuando los niños cuentan
alguna cosa, esperan siempre una respuesta de la persona que les está
escuchando. El hecho de haberle dicho al niño que puede establecer un
diálogo con el fallecido puede llevar al menor a enfadarse con él creyendo que le ignora, o que ya no le quiere y de ahí su negativa a contestar.
Lo mejor que podemos decirle es que las personas que mueren no pueden hablar,
ni tampoco contestar, porque ya no oyen, ni hablan, ni ven. Pero que
hay personas que dicen que se puede hablar con el fallecido porque esa
idea les consuela. Una vez explicado eso, hay que dejarle claro que cualquier cosa que ocurra nos la puede contar a nosotros, que intentaremos escucharle siempre que sea posible.
¿Les afecta a los niños el hecho de ver a un muerto?
Esta duda nos la plantean muchos
adultos, ya que en estas situaciones surgen muchas preguntas sobre todas
las consecuencias físicas, psicológicas e incluso espirituales que
pueden darse si un niño ve a un enfermo terminal, a un muerto o si participa de los ritos funerarios.
En estos casos nuestra respuesta siempre es contundente: Al niño no le va a pasar nada, siempre que con anterioridad se le explique claramente qué va a ver,
cómo va a ser y que podamos garantizar que las reacciones de las demás
personas presentes no van a ser exageradas, tal y como os hemos
explicado en artículos anteriores.
No pasa nada porque los niños participen en ritos de despedida, o acudan a hospitales y/o tanatorios. No van a sentirse afectados ni impactados, a no ser que sean incapaces de prever aquello que van a ver.
Si no sabemos responder a una pregunta del niño
Estas son algunas de las preguntas a las
que nos puede someter el niño, no hace falta contestar a todas
perfectamente. De hecho, habrá ocasiones en las que no sabremos qué
decir y la mejor respuesta será: “Lo siento, cariño, pero no sé qué contestarte”.
No son respuestas exactas, ni pretenden ser ideas fijas, sino que se
basan en las preguntas más habituales que nos encontramos en nuestro trabajo diario con niños.
Para saber más sobre el duelo infantil y adolescente os recomendamos la lectura de nuestra guía Explícame qué ha pasado,
que ofrece pautas para ayudar a los adultos a hablar de la muerte con
los niños y adolescentes, y da claves sobre cómo viven el duelo los
menores según su edad.
La guía está disponible gratuitamente para su descarga en nuestra página web:
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