Pedro Moral Martín
“Si cuento lo que he hecho durante la guerra,
pensarás que soy una bestia, un demonio.
Y lo soy.
Pero antes de todo esto yo tenía un padre, una madre,
un hermano y una hermana que me querían”
La película, basada en la novela de Uzodinma Iweala, necesitaba un protagonista muy carismático.
'Beasts of No Nation', un impactante drama bélico del
director de 'True detective'.
“Si cuento lo que he hecho durante la guerra,
pensarás que soy una bestia, un demonio. Y lo soy. Pero antes de todo
esto yo tenía un padre, una madre, un hermano y una hermana que me
querían”. Agu, el protagonista de Beasts of No Nation, nos
guía con su voz en off a través de su trágica epopeya, la que le lleva a
empuñar un arma durante la guerra de su país, un lugar que el director
Cary Fukunaga no menciona porque podría ser cualquiera.
La iniciativa menoressoldado.org calcula
que más de 250.000 niños y niñas menores participan de forma activa en
conflictos armados en más de una veintena de países africanos.
La película, basada en la novela de Uzodinma Iweala,
necesitaba un protagonista muy carismático. El actor que interpreta a
Agu se llama Abraham Attah y es un niño con el que Fukunaga se encontró
en Ghana. El director de casting se quedó prendado de él mientras le vio
jugar al fútbol. Aunque Attah no es profesional, su interpretación de
Agu es sencillamente escalofriante. El arco que dibuja de niño alegre y
gamberro a soldado impertérrito y sin alma es verosímil e incómodo.
Difundir el horror es mucho más eficiente si se hace bajo la mirada del
individuo, y por eso el director de True Detective deja
que la narración se vaya tejiendo bajo la mirada de Agu, sus
confesiones y pensamientos en off provocan la reflexión (a veces obvia) y
también ayudan a que el filme avance con agilidad.
Primero, Agu describe su infancia: su padre es profesor, su madre cría a
su hermana pequeña y su hermano mayor solo se preocupa por coquetear
con las chicas. Es imposible no acordarse del Buscapé de Ciudad de Dios
correteando por las peligrosas favelas mientras se observa a Agu
tratando de vender aparatos inservibles a los soldados que marcan los
límites del poblado.
La guerra le saca de la escuela,
le separa de su madre y le arranca con violencia del lado de su hermano
y su padre. Y así acaba en manos de un comandante, un salvaje y
carismático jefe militar que se aprovecha de los niños, que apenas
entienden lo que ocurre a su alrededor, para crear despiadados soldados
que le ayuden a conseguir méritos militares con pequeñas guerras de
guerrillas en los caminos y poblados que nutren la selva.
El comandante lo interpreta un Idris Elba aterrador y exultante. El actor que hace tiempo fue Stringer Bell en The Wire es
una bestia, devora cada plano en el que aparece y acaba construyendo
uno de los personajes más oscuros del belicismo cinematográfico.
Evidentemente no es tan memorable como el Kurtz de Marlon Brando en Apocalypse Now,
porque ambas películas (aunque hablen del horror) están a años luz,
pero si Elba no se lleva al menos una nominación a los Oscar, será una
verdadera injusticia.
Un director en estado de gracia
Newton I. Aduaka es el director de otra de las películas más impactantes sobre niños soldado, Ezra , el
nombre de un joven que tras combatir en Sierra Leona tiene que lidiar
con las terribles secuelas que padece, una de ellas la amnesia de
episodios recientes. En un tribunal promovido por la ONU la hermana de
Ezra le acusará de haber asesinado a sus padres. Al rodar esta terrible
historia, Aduaka se vio superado por lo poco conscientes que eran los
niños que habían sido explotados por los mercenarios o los políticos,
todos creían que luchaban por la libertad de su país.
Estos niños participan directamente en el
combate, asesinan a otros soldados o matan a sangre fría a mujeres y
niños, colocan minas antipersona, trabajan con explosivos, sirven como
espías o son esclavos sexuales. Y Fukunaga convierte esta atrocidad en
una poderosa obra cinematográfica donde esquiva el morbo y el efectismo
barato para mostrar la deshumanización de la pura inocencia. En Beasts of No Nation Fukunaga juega en el mismo territorio de la huida hacia delante que su ópera prima, Sin nombre, y también se deja seducir por esa interesante idea que ya plasmaba a través de la increíble atmósfera en True Detective: El mal que no viene de ningún lado, que simplemente está, que convive con nosotros.
Fukunaga consigue el tono porque la cámara nunca levanta la vista de su
protagonista, Agu, y a pesar de todo evita la violencia gratuita
mientras muestra las heridas de la guerra, la drogadicción, los abusos
sexuales y unos terribles ritos de iniciación con fabulosas elipsis o
fueras de campo. Es el arte de remover la conciencia (y el estómago) sin
caer en lo grotesco.
El primer taquillazo de Netflix
Beasts of No Nation
es todo lo cruda que puede ser y su estilo es imponente, y esto es así
sencillamente porque Fukunaga ha hecho lo que ha querido, porque no hay
un gran estudio detrás y porque cuando Netflix compró la cinta para su
distribución por 12 millones (la película costó 5,4) la salvó de un
fracaso estrepitoso en taquilla. Apenas la ha visto gente en cine, sólo
ha recaudado 46.000 euros,
sin embargo, en la plataforma de vídeo ha alcanzado las cifras de un
auténtico taquillazo, 3 millones de visionados en sólo su primera semana
en Estados Unidos. Según Ted Sarandos, director de contenidos en Netflix, Beast of No Nation fue rentable para sus productores incluso antes de su estreno
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