Chema Caballero
Amnistía Internacional
Chema Caballero © AI |
No se puede dudar de la destrucción interna que supone ser un niño o
una niña soldado. No es posible dudar de sus miedos, de su rabia, de
sus secuelas físicas y emocionales, pero ¿somos conscientes de hasta qué
punto ser niño o niña les condiciona? ¿Están igual de expuestos al
peligro? ¿Les afecta igual el desarraigo, la violencia, el abuso, la
muerte…? ¿Viven realidades distintas o sólo las experimentan de distinto
modo? ¿Las superan igual? Hemos hablado con Chema Caballero para
conocer su opinión al respecto, y esto es lo que nos ha contado...
La guerra es considerada un territorio masculino. ¿Lleva esto a ignorar el papel que desempeñan las niñas en la guerra?
Desde
mi experiencia sobre el terreno todos los menores sin excepción,
independientemente del sexo, son utilizados como soldados. En el caso de
las niñas, sufren el agravante, además, de ser utilizadas como esclavas
sexuales, aunque recientemente también se están registrando casos de
adultos que han sido violados en aldeas y de niños que han sido
abusados.
¿Cómo se reclutan?
Una de las
prácticas más habituales, tanto en niños como en niñas, es la del
secuestro –ya sea en la calle o al salir de sus casas o colegios– y
otra, por ejemplo, la de obligar a las comunidades a pagar una especie
de impuesto revolucionario. En este caso les obligan a entregar a X
niños y niñas (normalmente un 50% de cada sexo) a cambio de no matar a
determinados miembros de la comunidad o incluso a todos. También hay
menores que se unen a los ejércitos de manera “voluntaria”, pero son
aquellos que se ven empujados por venganza o por la falta de recursos,
pobreza, desintegración familiar..., etc.
Una niña soldado lleva un arma igual, infunde miedo igual, mata igual y se expone igual, pero, además, sufren abusos, se quedan embarazadas, cogen enfermedades...
¿Qué impacto produce en las
niñas el hecho de que sean alejadas de sus familias y comunidades? ¿Es
distinto al impacto que se produce en los niños?
El impacto
de la separación les afecta a todos por igual, aunque puede que los
niños sepan lidiar mejor con las consecuencias porque desde pequeños
tienen más autonomía y pierden la sensación de apego. Las niñas, por
contra, están más protegidas dentro de las casas y no tienen la misma
libertad a la hora de salir y relacionarse. Es probable que esta falta
de costumbre incida en el desarraigo que ellas sienten.
¿Cómo es la relación entre las niñas y los niños soldados dentro de los campamentos?
Si
los segmentamos por sexo, los niños crean lazos muy fuertes entre ellos
que vienen a sustituir a las familias que han perdido. Estos lazos
tienden a mantenerse en el tiempo, incluso después de haberse
desmovilizado y reinsertado.
Las niñas también crean lazos
fuertes entre ellas, pero tienen que lidiar con el agravante de ser
utilizadas como esclavas sexuales. Algunas de ellas acaban siendo
“esposas” de los comandantes y formando parte de su harén, lo que les
permite contar con la seguridad de que ningún otro hombre las va a
tocar. El resto de niñas permanecen a merced de los demás combatientes y
son tratadas como meros objetos. Esto dinamita los vínculos de respeto
entre ambos sexos.
El rol del soldado en los niños deja huellas profundas en ellos pero en ese papel hay una realización de la expectativa de la masculinidad. Esto no ocurre con las niñas, quienes, al adoptar un rol que no les corresponde, se enfrentan a una ruptura de la identidad de género femenina
¿A qué discriminaciones por motivos de género se enfrentan estos niños y niñas en los campamentos?
En
una primera etapa todos los menores son utilizados para ir a buscar
leña, buscar agua, lavar la ropa de los combatientes y hacer tareas
domésticas en general. Después comienzan el entrenamiento, pero sin que
haya distinciones entre ellos. Las niñas llevan armas y las usan igual
que los niños. La diferencia más evidente y dolorosa es que ellas,
además, son abusadas. Suelen repartirse entre los combatientes o ser
incluso dadas como trofeos.
¿Intentan escaparse?
No
suelen hacerlo porque el castigo es tan atroz para el que huye que ni
se lo plantean. No olvidemos, además, que muchos ritos de iniciación
para estos menores comienza por la obligación de matar a un miembro de
su familia para impedir que regresen a sus aldeas. A otros muchos les
marcan en el pecho las siglas del grupo para el que luchan, dejándoles
expuestos a sufrir represalias.
Un
niño soldado vigila junto a otros combatientes islamistas de Al Shabab,
los entrenamientos militares llevados a cabo al norte de Mogadiscio,
Somalia.
© AP Photo/ Farah Abdi Warsameh
¿Están todos, independientemente del sexo, igual de expuestos al peligro?
Yo
diría que sí porque todos son soldados, aunque a las niñas les añadimos
el riesgo de morir a causa de las violaciones sufridas, los embarazos
no deseados o las enfermedades contraídas. Una niña soldado lleva un
arma igual, infunde miedo igual, mata igual y se expone igual, pero,
además, sufren abusos, se quedan embarazadas, cogen enfermedades... Ser
una niña y, al mismo tiempo un soldado, es muy difícil.
¿Tienen las chicas que llevar a cabo un proceso interno de recuperación de la autoestima más fuerte que los chicos?
El
rol del soldado en los niños deja huellas profundas en ellos pero en
ese papel hay una realización de la expectativa de la masculinidad.
Digamos que el papel de soldado refuerza su papel de hombre. Esto no
ocurre con las niñas quienes, al adoptar un rol que no les corresponde,
se enfrentan a una ruptura de la identidad de género femenina. Se han
dado casos de problemas de reinserción muy graves por el dolor de esa
pérdida de la feminidad. Muchas sienten que no son las mujeres que
tendrían que haber sido y no encuentran su lugar en una sociedad que,
además, las estigmatiza y rechaza. Su reinserción, en caso de
sobrevivir, es muy difícil y muchas acaban eligiendo la prostitución
como única vía de supervivencia.
Cuando le arrancas a una persona la dignidad a base de abusos constantes, ¿cómo se la reconstruyes?
Pero no todas...
No,
otras por el contrario son capaces de empoderarse y decidir por ellas
mismas el tipo de vida que quieren vivir. Estas mujeres pierden el miedo
y aprenden a reafirmarse como personas. Aprenden a romper los moldes
tan sexistas que se producen en una sociedad tradicional como la
africana. Pero para conseguirlo tienen que recuperar la dignidad
perdida. Han sido denigradas durante toda su vida y sometidas a los
demás. Recuperar esa autoestima es un esfuerzo titánico.
¿Y acaso los niños no tienen que recuperar esa dignidad?
Sí,
pero no de la misma manera. No es que se enorgullezcan de haber sido
soldados, pero no se avergüenzan tanto como ellas ni tienen que superar
el haber sido esclavos sexuales. Es como si ellos tuvieran algo parecido
a un “reconocimiento social”, mientras que ellas no son vistas como
guerreras a las que haya que admirar, sino como niñas y mujeres
abusadas, muchas de ellas con hijos y enfermedades venéreas muy graves.
Una vez desmovilizados, ¿se reinsertan igual?
Todos
estos menores han sido objeto de una violencia inimaginable y se han
visto privados de su infancia. Desde mi experiencia, son muchos los
niños que logran reinsertarse tras la desmovilización, pero no puedo
decir lo mismo de las niñas.
¿En qué se basa?
Cuando
he trabajado con niños he roto muchas barreras. He logrado que se
abrieran, que rompieran con el miedo y la vergüenza. Con las chicas, sin
embargo, no siempre he sido capaz. Fundamentalmente por cuestiones
culturales. Soy un hombre, y a los hombres los ven con recelo, pero
también porque es un esfuerzo sobrehumano conseguir que se abran y nos
muestren su lado más destruido. Cuando le arrancas a una persona la
dignidad a base de abusos constantes, ¿cómo se la reconstruyes?
Las secuelas físicas que padecen las niñas son fístulas, enfermedades venéreas, sida, embarazos no deseados, incontinencia urinaria, infertilidad...
Recuerda algún caso que le haya dejado huella...
Recuerdo
muchos casos, algunos bonitos –de superación– otros tristes, pero creo
que el de Hawa ejemplifica lo que antes comentaba.
Hawa llegó
embarazada al centro con 16 o 17 años. Había sido secuestrada muy joven,
abusada. Había sido esposa de alguien con cierto rango dentro del
campamento, pero había sido expulsada y repudiada a causa de su
embarazo. Además de ejercer como esclava sexual había sido una niña
soldado y había combatido en primera línea junto al resto de menores.
Nos
costó mucho que se calmase y que nos contase su historia para sacar
fuera todo lo vivido, pero lo conseguimos a base de tiempo, esfuerzo,
paciencia y mucho apoyo. Logramos ayudarla en su rehabilitación y
reinserción y también le buscamos un piso tutelado en Freetown tras
finalizar su proceso de desmovilización con nosotros.
Se puso a
estudiar peluquería y, estando allí, conoció a un joven del que se
enamoró. Se casaron, pero la relación fue un infierno para él. Ella sólo
era capaz de concebir el amor a través de la violencia y le agredía
constantemente. No sabía manifestar sentimientos y no pudo o no supo
construir una relación basada en el respeto mutuo. Su marido la
abandonó.
Nosotros la seguimos ayudando. Le dimos un microcrédito
para que montase su propia peluquería, pero, al poco tiempo, huyó.
Acabamos averiguando que se estaba dedicando a la prostitución en la
playa –recordemos que en esa época había unos 7,500 cascos azules y
cientos de trabajadores de ONG internacionales–.
Hablamos con
Hawa, la volvimos a convencer de que ése no era su sitio y que tenía que
rehacer su vida. La ayudamos de nuevo con la peluquería. Logramos que
volviera, pero no duró mucho. Hasta que un día me dijo: “Chema: yo
con un blanco una noche gano 100 dólares. Para ganar 100 dólares en la
peluquería tengo que trabajar un año entero...”.
Hawa murió de sida.
Su
pérdida nos dolió a todos y lo duro es saber que el caso de Hawa no es
ni siquiera un caso aislado. Muchas niñas y mujeres han terminado como
ella, algunas en lugares mucho más inseguros y peligrosos que la playa.
La falta de autoestima, la destrucción interna las lleva a huir y a
sentirse marcadas para toda la vida. No saben dejar atrás la rabia.
Llegan a percibir la violencia como una reacción o una conducta
habitual. Sus referentes sociales son los militares y han participado en
demasiadas acciones crueles. Son personas que sólo han recibido
órdenes, que han sido denigradas y sometidas a los demás. Se sienten
rechazadas vayan donde vayan, marcadas, estigmatizadas por los abusos y
arrastrando secuelas físicas y emocionales muy difíciles de superar. Son
niñas, adolescentes, mujeres... a las que nunca nadie les ha brindado
un gesto de cariño, un reconocimiento social. Les han violado todos sus
derechos y nadie se los restituye.
Una ex niña soldado descansa en un campo de refugiados en Gulu, Uganda.
© Frank May/picture-alliance/dpa/AP Images
¿Y no pueden regresar con sus familias?
Algunas
niñas no tienen familia, otras, sí, pero son rechazadas. También las hay
que son admitidas, pero viven bajo el estigma de haber sido niñas
soldados. Nunca son realmente aceptadas y sienten que no encajan. Muchas
acaban huyendo también de sus familias.
¿Cuáles son las secuelas físicas?
Las
secuelas físicas son las que cualquiera de nosotros podríamos imaginar:
fístulas, enfermedades venéreas, sida, embarazos no deseados,
incontinencia urinaria, daños sexuales y reproductivos irreparables...
Son muchas las mujeres que acaban siendo estériles por culpa de los
abusos y, eso en una sociedad como la africana, tiene unas consecuencias
sociales muy negativas. Son rechazadas y marginadas, muchas vistas como
brujas o seres malditos.
Un hombre puede llegar a casarse con
una mujer estéril, pero su infertilidad la hará estar un escalón por
debajo del resto de las mujeres que tenga. Esta secuela la hará perder
derechos y protagonismo y sus otras mujeres e hijos primarán por encima
de ella.
Las niñas llegan a percibir la violencia como una reacción o conducta habitual. Sus referentes sociales son los militares, de quienes sólo han recibido órdenes
¿Cree que en los programas de desmovilización actuales sigue habiendo una falta de perspectiva de género?
En
mi época, intentamos incorporar actividades como el teatro en los
programas de desmovilización. Pero en Sierra Leona el teatro es cosa de
hombres y no funcionó con las mujeres.
Con los chicos también
hicimos concursos de rap y hip-hop porque, a través de la música,
lográbamos que sacaran a flote su historia, su rabia, sus sueños... Pero
no enganchamos a las chicas porque culturalmente las mujeres sólo
pueden cantar canciones folclóricas y practicar danza tradicional. Las
herramientas que utilizamos no tenían perspectiva de género y fracasamos
en cierta medida.
Ahora se trabaja más en el desarrollo de
programas específicos porque hemos aprendido que sólo funcionan cuando
se asumen las diferencias entre niños y niñas. Hemos comprendido que no
sufren de la misma manera ni se tienen que enfrentar a los mismos
estereotipos. No están estigmatizados de la misma forma ni padecen las
mismas secuelas.
Pero llegados a este punto el problema es otro:
la falta de dinero. No se está invirtiendo en este tipo de programas y
eso hace que tengan una duración que oscila entre las tres y las seis
semanas. ¿Alguien cree que un programa de ayuda tan corto es efectivo?
Seamos francos, es imposible.
Son niñas, adolescentes, mujeres... a las que nunca nadie les ha brindado un gesto de cariño, un reconocimiento social. Les han violado todos sus derechos y nadie se los restituye
Y en el Día Internacional contra el Uso de Niñas y Niños Soldados, ¿qué llamamiento haría?
Pediría
que se pusieran en práctica todas las leyes que existen para acabar con
el uso de los niños y niñas soldados. Los instrumentos están ahí pero
no se utilizan. Con respecto a las niñas pediría que se hicieran más
programas con perspectiva de género en los que se tuviera en cuenta sus
particularidades. Pero sin olvidarse de los niños, puesto que a ellos
les obligan a un tipo de masculinidad que les destruye la identidad.
Forzar a un niño a violar es una barbaridad. Les rompen su marco ético y
cuesta mucho reconstruirlo. Pediría que se condenara a los culpables,
que se acabara con la impunidad, que se regulara el tráfico de armas
ligeras, que se pusiera fin a los contextos geopolíticos y económicos
que permiten la existencia de menores soldados. Pediría que a estos
niños y niñas no les arrebaten su infancia, sus derechos, su dignidad y,
sobre todo, que sus historias no caigan en el olvido.
*Chema Caballero fue director de un programa pionero de rehabilitación y reintegración de niños y niñas soldados en Sierra Leona, en el centro de St. Michael en Lakka hasta el año 2002.
© AI
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