Víctimas, no culpables. ¿Por qué trabajo con jóvenes tutelados?
“¿Y tu por qué estás en un centro de menores, si no tienes cara de mala?”.
Se lo preguntaron en una entrevista de trabajo a Jenni, una joven ex
tutelada, cuando aún residía en una las viviendas de acogida de la ONG Igaxes3.
No se trata de un caso excepcional. Los jóvenes que viven en centros de
protección se ven día a día en la difícil tarea de procurarse un futuro
y, además, de combatir la sospecha de los demás. La sospecha de quien
quiere ver en ellos personas problemáticas o conflictivas.
Como cualquier otro prejuicio social es mentira: los chicos y chicas
que viven en situación de protección no son culpables, sino víctimas.
Las razones de que hayan vivido separados de sus familias no son
responsabilidad suya: han padecido en algún momento una situación que
les ha venido impuesta y que les ha obligado, además, a afrontar una
trayectoria vital de mucha complejidad.
Detrás de historias positivas
como las de Youssef, Lis, Ousmane o Sonia y otros muchos jóvenes sin
apoyo familiar que se han hecho mayores en un centro de menores. Detrás
de la sensatez conmovedora de Jose, un joven ex-tutelado del exitoso programa Mentor
al que pueden ver en el vídeo (minuto 6) , hay un trabajo inmenso de
profesionales con vocación y una elevada formación. Con varios de ellos
tuve la suerte de estar hace unos meses en el encuentro de FEPA “Creando un mañana“.
De esfuerzo y formación eficaz les hablaba hace años,
cuando se presentó la primera edición del ya prestigioso y exigente
Máster en Intervención y Emancipación de Jóvenes en Conflicto Social
organizado por Igaxes3 y la Universidad de Santiago de Compostela. Y que
ahora tiene abierto el plazo de admisión para su cuarta edición.
Les dejo con la historia de Rocío Vázquez, ex-alumna del Master y
educadora en una vivienda de Igaxes3 (al igual que otro 30% de su
plantilla). Demostrando todos los días que los jóvenes no sólo son el
futuro, también son el presente.
Gracias, Rocío.
Víctimas, no culpables. ¿Por qué trabajo con jóvenes tutelados?
Desde muy pequeña he admirado a mis maestras y maestros. Sobre todo a
aquellas que me aportaron algo más que lo estrictamente académico. En
general puedo decir que ha habido grandes personas que me acompañaron
mientras crecía, que influyeron en que la pedagogía fuese mi vocación.
Por ello creo en el aprendizaje a lo largo de la vida, en el aprender
día a día y en el proceso inacabado de la educación. También para mí
misma, ya que quizá es en esta profesión en la que debemos ser más conscientes de que nunca se sabe todo y de que nunca dejaremos de aprender algo nuevo, por parte de todas y cada una de las personas que nos rodean.
Conocí Igaxes3 por primera vez hace siete años, al participar en el proyecto Berenguela.
Aunque ya había oído hablar de empoderamiento, no fue hasta entonces
que tuve la oportunidad de comprender la amplitud de este concepto. En
esta etapa también tuve la suerte de conocer Humanus CAM:
en Lisboa nos acercamos a esta experiencia de empoderamiento personal y
colectivo. Esto me ayudó a ver que podemos y debemos seguir creciendo
como personas y como grupos.
Cuando trabajamos en un proyecto, los educadores y educadoras no somos solo ejecutores, sino también beneficiarios.
Los y las profesionales del trabajo con menores solo tenemos sentido
desde la verdadera vocación educativa, y nuestro objetivo es aprender
junto a las personas con las que trabajamos, con el fin global de
construir una sociedad mejor. Si esto no es así, mejor seguir otro
rumbo.
Años después, al inscribirme en el Máster en Intervención y Emancipación de Jóvenes en Conflicto Social,
di el primer paso de un largo camino. Si, como yo, decidís aventuraros
en él, veréis que es pedregoso a veces, pero en él iréis aprendiendo de
todos y cada uno de los chicos y chicas con quien estéis día a día, sin
dejar de sorprenderos a vosotras mismas.
Mientras cursaba el Máster surgió la oportunidad de trabajar como
educadora en el Programa Mentor. En aquel momento estaba en un mar de
dudas, sobre todo relacionadas con mi capacidad. Ya en aquel momento
consideraba que ser educadora en una vivienda de apoyo a la
independencia era un empleo muy exigente.
Pero finalmente aquí estoy, y… ¿qué puedo decir de ello? ¡Que es
increíble! En mi empleo anterior yo era orientadora laboral y mi
relación con las personas comenzaba por la confección de un currículo.
Algo muy fácil y cómodo: se aproximaban a mí y me pedían lo que
necesitaban. Sin embargo, en el trabajo con chicos y chicas en una
vivienda tutelada no se parte de este punto, sino de mucho más atrás.
Hasta llegar a este momento hay una fase de calentamiento, más o
menos larga según cada cual. Durante esta fase los chicos y chicas
suelen repetir “yo no quería estar aquí”. Y nosotras, en
ejercicio de motivación profesional, nos repetimos “estamos aquí porque
queremos”. En ese viene y va aprendemos a comprendernos para construir
un camino a seguir. Para mejorar y crecer, sin acabar nunca.
En los dos años que llevo trabajando en la vivienda tutelada, aprendí sobre todo el verdadero valor del respeto.
A veces partimos de la idea de que todas y todos sabemos lo que
significa esta palabra y que podemos, por tanto, exigirles a los demás
que lo ejerzan.
Pero algo que parece tan sencillo, en realidad no lo es. Las personas
aprendemos a respetar viendo cómo los otros nos respetan a nosotros
mismos. Con los chicos y chicas con que trabajamos sucede igual.
Aquí he descubierto que no es necesario gritar más fuerte que el otro
para lograr su respeto o su escucha. Si esto fuese así, yo estaría
perdida, pues mi garganta no me lo permite. He experimentado que, sin
perder la calma y manteniendo siempre el respeto hacia el otro, más
tarde o más temprano acabarán por responderte del mismo modo.
Nada más me queda que deciros, a aquellas y aquellos que ya estéis
decididos y motivados para ser especialistas en la intervención con la
juventud, que seáis bienvenidas a la aventura inacabable de empoderarse para empoderar.
Rocío Vázquez
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