Inmovilización infantil en los hospitales

Inmovilización infantil en los hospitales


Isabel López de la Usada
Socia  GSIA


Es peligroso cuando los que trabajan en el sistema sanitario (privado o público) se alejan de la gente que acude a ellos. Y sin entrar en las causas que provocan este hecho, las consecuencias son a veces dolorosas, porque no trabajan con humanidad sino bajo criterios económicos, de justificación del gasto y de la eficiencia en el menor tiempo posible.

Cuando acudimos al médico, ignoramos lo que nos pasa y cómo podemos estar bien, por eso vamos y la labor del médico no es solo facilitarnos el camino, sino ayudarnos a entender cómo se va a desarrollar el proceso. El caso es que, si somos vulnerables a este dominio absoluto de nuestra conciencia de la salud, los niños y las niñas se encuentran ante una situación totalmente descompensada y desigual, no solo son pacientes sino que son niños, hecho que les hace doblemente vulnerables.

En primer lugar, porque no se pueden plantear otras alternativas, ni discrepar con el médico para entender un poco más sobre su dolencia y proceso de curación. En segundo lugar porque el médico puede dar por supuesto que esto carece de sentido cuando se trata de niños. Y mientras que a un adulto le informa y si no lo hace éste puede reclamar esa atención, con la infancia esto brilla por su ausencia. El paradigma adultocéntrico se clava bien clavado en este punto. El médico tiene el poder, cómo médico, que tiene el saber científico y cómo adulto que cree que tiene el saber de su experiencia y  la cree más válida que la de un niño de 5 años.

Esta falta de compresión origina problemas de comunicación y obstruye la relación medico paciente. La consecuencia de esto es que una vez dañada o rota dicha relación, pocas veces es asumida por el profesional y muchas veces por el niño. Circunstancia que a su vez retroalimenta el problema de comunicación y compresión.

Y sin dramatizar, ¿como es posible que a un niño de 4 años, un médico de urgencias le quiera inmovilizar para sacarle unas bolitas de los oídos? Y os pongo en situación, el niño llevaba toda la tarde en urgencias exponiendo su oreja a todo aquel que se quería hacer el entendido y habilidoso y que creía que iba a poder sacarle las bolitas de los oídos. A las 4 horas se dieron cuenta de que no tenían esa habilidad, ni las herramientas necesarias para poder hacerlo, porque la oreja de un niño es muy pequeña. Entonces decidieron llamar al otorrino de urgencias. La pregunta in situ de la madre fue: ¿ah, pero es que no sois otorrinos?, ¿es que no tenéis pinzas mas pequeñas aquí?, ¿es que hay pinzas mas pequeñas en el hospital pero a nadie se le ha ocurrido usarlas hasta ahora?

Es bastante desagradable que te metan cualquier cosa por los oídos, da la sensación de que te van a atravesar el cerebro con una taladradora (porque todo se oye todo mucho mas) y van a sacar no sabes qué por el otro oído.

Claro, cuando llegó el “especialista”, el que sí tenía la habilidad y las herramientas, el niño estaba bastante cansado y asustado así que se resistió. Y el problema grave no es que le quisiera inmovilizar, es que lo quería hacer cuando el niño estaba en plena crisis. Sin prepararle, sin explicarle que sólo era para que todo saliera bien y no hiciera sin querer algún movimiento que pudiera perjudicar la operación, que no le iba doler porque ese médico lo iba a hacer muy bien y muy rápido. Se le podían haber dicho muchas cosas para que el niño lo entendiera y diera su consentimiento o le dieran un poco de tiempo para que se calmara y así no le tuvieran que inmovilizar.

Y no le inmovilizaron porque su madre se negó en rotundo, porque sabe con certeza que su hijo de 4 años tiene plena capacidad para saber que tenía que estarse quieto y que era perfectamente normal que estuviera nervioso y asustado y sabía que había que darle tiempo para que se calmara. Por eso decidió sacarle de la sala, darse una vuelta con él por los pasillos, que pudiera sentir que tenía la opción de salir de allí, de elegir, de ser libre, beber agua y reír un rato y cuando volvió entró más tranquilo y relajado.


Vamos lo que suele pasar cuando nos atascamos en un problema y no le encontramos solución, lo mejor darse una vuelta y refrescarse, tomar distancia para volver y afrontarlo con fuerza. Nos pasa a todos, desde que nacemos.


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